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Economía ambiental o economía ecológica

La Jornada de Morelos, martes 3 de noviembre 2009

La nueva economía ¿ambiental o ecológica?

La Facultad de Economía de la UNAM ofrece desde 2008 un excelente diplomado en economía ambiental y ecológica. Dirigido a egresados de todas las carreras universitarias, su objetivo es desarrollar un enfoque transdisciplinario de la economía ecológica, que constituye el nuevo enfoque económico en un planeta que se nos hizo tan pequeño como una «nave espacial», porque ya lo llenamos —y todavía lo llenará más la bomba demográfica humana en las próximas décadas. Diseñado e impartido por profesores con amplia experiencia en formulación de políticas públicas ambientales y procesos de planeación participativa, este diplomado presenta un especial interés la formación de recursos humanos estratégicos ante la coyuntura de cambio climático y crisis ambiental global del siglo XXI.

Pero, ¿qué es la economía ecológica? ¿Aporta algo nuevo a la ya conocida y probada economía ambiental derivada de la economía del bienestar de la tradición neoclásica? Revisemos brevemente este proceso de convergencia entre las ciencias económicas y las ciencias biológicas.

La economía clásica surgió con la «La riqueza de las naciones» de Adam Smith [1776], y continuó con el «Ensayo sobre los principios de población» de Thomas Malthus [1798], la teoría del valor de David Ricardo [1817], y los principios de economía política de John Stuart Mill [1848]; en una época en la que se desarrolló la independencia de los Estados Unidos y se cocinó la revolución francesa. La economía clásica asumió que, bajo condiciones adecuadas, el bienestar social sería mayor en la medida en que se permitiera a los individuos actuar libremente para satisfacer sus intereses privados. Paradójicamente, este enfoque —que dominó el pensamiento económico hasta fines del siglo XIX— está asociado a la propensión de la población humana a crecer indefinidamente no obstante los límites físicos de la superficie terrestre para producir alimentos. Para la economía clásica pues, el medio ambiente natural bajo la forma de tierras agrícolas suponía límites a la expansión indefinida de las actividades económicas.

El tiempo pasó y esta aparente falla predictiva de la economía clásica —sobre los límites de la expansión económica— propició el desarrollo de una nueva economía, la economía neoclásica. Bajo la suposición de que una apropiada administración económica permitiría mejorar indefinidamente el bienestar, la economía neoclásica ignoró en un principio las relaciones de dependencia del crecimiento económico respecto del medio ambiente natural, y decretó el crecimiento económico como el objetivo central de la política económica. Más adelante, conforme la evidencia científica se acrecentó y consolidó, a partir de los años setenta del siglo pasado, la economía inició una convergencia con la ecología bajo la forma de economía ambiental y economía de los recursos naturales. La economía ambiental se ocupa de los impactos por la inserción de las actividades económicas en el medio ambiente, particularmente de la contaminación y la degradación. La economía de los recursos naturales se ocupa de los impactos de la extracción de energía y materiales.

Por su parte, la ecología fue propuesta como disciplina por el alemán Ernst Haeckel en 1866, como la ciencia de las relaciones entre los organismos y su medio ambiente; aunque el primer texto sobre ecología vegetal del botánico danés Eugen Warming, apareció hasta 1895.

Economía y ecología coinciden en su objeto: el «oikos», la casa, el hábitat, el hogar. La distinción consiste en que la economía estudia el «nomos», o administración de recursos en los sistemas humanos, en tanto que la ecología estudia el «logos», o principios que administran los recursos en los sistemas naturales.

En esta historia no hay que olvidar que, ya desde fines de la década de los sesenta, la ecología humana proponía a la economía adoptar un enfoque de crecimiento económico que se ajustara a la capacidad de carga de los ecosistemas, de tal modo que fuera posible un «eco‑desarrollo». Años después, en 1987, el Reporte Brundtland «Nuestro futuro común» tradujo como «desarrollo sustentable» lo que originalmente fuera propuesto como «eco‑desarrollo» por los involucrados en el programa «Hombre y Biosfera» de la UNESCO de fines de los sesenta.

La economía ambiental y la economía de los recursos naturales, fieles filiales de la economía neoclásica, comparten una cosmovisión en la que el ser humano se encuentra frente a la naturaleza, a la cual debe «vencer» para «progresar». En contraste, la economía ecológica plantea un nuevo paradigma que asume a la economía humana como un subsistema dentro de la biosfera, es decir, no al ser humano frente a la naturaleza sino dentro de ella. Coincidente con los desarrollos de nuevos enfoques ambientales de la época, en 1989 fue fundada la Asociación Internacional de Economía Ecológica: http://www.ecoeco.org/

Las consecuencias de este enfoque son muchas. Al reconocer a la economía humana como sistema abierto dentro de la biosfera, se reconoce que depende directamente de ella para intercambiar energía y materiales. Sin duda, uno de las conclusiones más relevantes es que todo parece indicar (ver Transgresión de umbrales planetarios, en Glocalfilia del 29 de septiembre) que la economía se encuentra en desequilibrio termodinámico con la biosfera.

El enfoque de la nueva economía ecológica resulta impecablemente apropiado para la etapa de globalización en la que nos encontramos, particularmente para adaptarnos al cambio climático y a la crisis ambiental global. Felicidades a nuestros queridos colegas que promovieron y ahora imparten este diplomado; enhorabuena para la Facultad de Economía de la UNAM, que con ello influye en el desarrollo de capacidades nacionales de planeación estratégica, indispensables para el futuro. Un futuro que tendrá que ser sustentable, o no será…

 

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