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Cascadas tróficas

Homo sapiens, entre lobos y ballenas

GLOCALFILIA  ||  La Crónica de Hoy  ||  4 de mayo 2017

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Las cascadas tróficas constituyen un fenómeno especial de las redes tróficas. Se trata de cómo los cambios de abundancia de grandes depredadores, ubicados en las cumbres de las pirámides tróficas, afectan la abundancia de las especies que se encuentran en la base de las pirámides. La noción fue propuesta, a mediados del siglo pasado, por Aldo Leopold, influyente ecólogo y ambientalista norteamericano, padre de la ética de la Tierra, cuando explicó cómo el exterminio de lobos en los Estados Unidos había provocado sobreabundancia de los herbívoros que eran sus presas, lo cual disminuyó la distribución y abundancia de especies vegetales por exceso de ramoneo, modificando ecosistemas esteparios y forestales. Años más tarde, diversos naturalistas estudiaron el fenómeno y publicaron diversos artículos científicos dando cuenta de ello. La denominación «cascada trófica» apareció en el artículo de Stephen R. Carpenter y colegas, publicado en Bioscience, en 1985.

Desde entonces, el fenómeno ha fascinado a los ecólogos. En 2010, John Terborgh y James A. Estes publicaron en Island Press, como editores: Trophic cascades. Predators, prey and the changing dynamics of nature. Reclaman que el enfoque dominante de la ecología no reconozca la importancia de las cascadas tróficas, porque se mantiene prisionero del principio de que la abundancia de los productores primarios es la que determina la abundancia de los consumidores y predadores, es decir, en un sentido «de abajo a arriba» (bottom-up). En el libro intentan demostrar la preponderancia del enfoque contrario, «de arriba a abajo» (top-down), de que las cascadas tróficas son prácticamente omnipresentes, tanto en ecosistemas terrestres como acuáticos.

Terborgh y Estes se exceden en la importancia que otorgan a las cascadas tróficas, como factor determinante en el funcionamiento de los ecosistemas. Pero el libro vale la pena; está muy bien escrito y contribuye al reconocimiento actual de que las cascadas tróficas existen y son poderosas, aunque no sean omnipresentes ni expliquen totalmente la dimensión funcional de los ecosistemas.

Un caso ya muy conocido de cascada trófica es el de los lobos de Yellowstone (Wyoming, Montana e Idaho). Eliminados durante décadas, su reintroducción a mediados de los años 1990 reconstituyó paulatinamente buena parte del funcionamiento de este ecosistema terrestre, permitiendo el regreso de vegetación y fauna enrarecidas (castores entre otros).

Otro caso, especialmente interesante es el de las ballenas, que abona en contra del argumento de los japoneses y otros cazadores de ballenas, de que cazarlas elimina competidores nuestros en los mares, con lo que habría mayor abundancia de especies de interés comercial para los humanos. Cierto que las ballenas consumen inmensas cantidades de plancton y pelágicos menores, pero también incrementan su abundancia. ¿Cómo? Resulta que hierro y níquel son dos elementos muy escasos en la superficie de los mares, pero son indispensables para la existencia del fitoplancton, base de las pirámides tróficas oceánicas. Las evacuaciones de las ballenas contienen grandes cantidades de estos dos elementos, por lo que sus eyecciones fertilizan las aguas marinas, con lo cual contribuyen de manera extraordinaria a la existencia de grandes biomasas de fitoplancton, lo que a su vez permite la existencia de grandes poblaciones de zooplancton, pelágicos menores, pelágicos mayores y otros depredadores clímax. Así, a más ballenas, más fitoplancton. Además, considerando que el fitoplancton marino genera, por fotosíntesis, dos terceras partes del oxígeno disponible en la atmósfera (el otro tercio lo generan las plantas terrestres), las ballenas contribuyen a la captura de carbono en los océanos, con lo cual mitigan el calentamiento global antropogénico. Y parte considerable del carbono capturado en los océanos es por parte de organismos con estructuras de carbonato de calcio, buena parte de los cuales terminan depositados en fondos marinos, donde el carbono puede quedar almacenado durante milenios, o mucho más.

La historia viene a cuento porque los seres humanos, Homo sapiens, colocados en la cumbre de las pirámides tróficas de toda la biosfera, a diferencia de las ballenas, los lobos y otros depredadores clímax, en vez de contribuir a la renovación y el mantenimiento de los productores primarios en la base de la pirámide trófica, destruimos hábitats, degradamos ecosistemas y reducimos la capacidad de fotosíntesis. La biosfera nos pasará la cuenta, tarde o temprano, y será (ya empieza a ser) una cuenta muy costosa…

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