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Inteligencia en el universo

La conjetura de Neil deGrasse Tyson

GLOCALFILIA  ||  La Crónica de Hoy  ||  30 de junio 2017

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Al alumno de Carl Sagan, astrofísico también, Neil DeGrasse Tyson, le tocó la suerte de presentar la serie de televisión «Cosmos» tres décadas después, con 34 años acumulados de nuevos y fantásticos descubrimientos. Neil presenta ahora, 2014, «Cosmos: una Odisea del espacio – tiempo», con un impacto mediático menor que el logrado por Carl. Quizás porque continuamos perdiendo nuestra capacidad de asombro ante descubrimientos sobre los grandes enigmas del universo y de nuestros más remotos orígenes.

Neil es investigador en el Departamento de Astrofísica del Museo Estadounidense de Historia Natural y, desde 2006, presentador de un programa científico de televisión: NOVA ScienceNOW. Bajo el título «El inexplicable Universo», en el sexto y último capítulo plantea una conjetura sobre la inteligencia en el universo que —en la actual situación global de pobreza, abismal desigualdad, injusticia y degradación ambiental planetaria de la biosfera— resulta más que pertinente.

Dice Neil, sabemos que: (1) las galaxias son las fábricas de creación de estrellas (el sol entre ellas), las estrellas las fábricas de creación de planetas y, en nuestra galaxia, la Vía Láctea, la inmensa mayoría de estrellas posee planetas; (2) toda la vida que conocemos en la Tierra está basada en el mismo código de ADN (ácido desoxirribonucleico), estructura molecular auto-replicable pero mutable, con la que estamos construidos todos los seres vivos; (3) en nuestro sistema planetario, como en el resto de la galaxia (Vía Láctea) y el resto del Universo, abundan las moléculas orgánicas, tanto en nubes de gas como en cometas, asteroides y meteoritos; (4) los meteoritos que chocan contra la Tierra frecuentemente contienen moléculas orgánicas y fragmentos de ellos salen eventualmente disparados hacia el espacio, con probabilidad mayor que cero de caer en algún otro planeta; (5) algunos cometas escapan del sistema solar rumbo a algún otro sistema estelar de nuestra galaxia, en tanto cometas de otros sistemas estelares de la Vía Láctea arriban al nuestro (mecanismo de dispersión de moléculas orgánicas entre sistemas estelares); (6) existe pues intercambio de moléculas orgánicas entre planetas de un mismo sistema estelar, así como entre sistemas estelares de nuestra galaxia; (7) en la Tierra existen microorganismos «extremófilos» que resisten muy altas o muy bajas temperaturas, pH extremos (ácidos o básicos), muy bajas presiones o incluso el vacío (los famosos tardígrados resisten hasta viajes orbitales).

Por consiguiente, la cosmología y la astrobiología actuales demuestran que la probabilidad que exista vida exclusivamente en la Tierra es prácticamente nula. Así, es válido considerar que la probabilidad es prácticamente nula que una «civilización» como la nuestra, Homo sapiens, sea la única en el universo. Finalmente, es válido considerar que la «inteligencia» en el universo constituye un fenómeno no limitado a la Tierra.

El problema es que esta definición de «inteligencia» la formulamos nosotros, Homo sapiens. ¿Qué tan válida puede ser a escala del universo? Porque aquí en la Tierra, a pesar de que compartimos el mismo código genético (ADN) con todos los seres vivos, no podemos comunicarnos a satisfacción, conceptualmente, con ninguna otra especie. Incluso el chimpancé, con quien compartimos poco más del 99% de nuestro genoma. Con este 1% de diferencia, los más inteligentes chimpancés apenas logran realizar acciones similares a las de los pequeños Homo sapiens de preprimaria. Nosotros tenemos poesía, filosofía, música, artes, ciencias, tecnologías, naves espaciales. Comparados con los chimpancés, éstos resultan muy poco «inteligentes»; por lo que los utilizamos para experimentación diversa o los ponemos en zoológicos.

Si alguna especie en la Vía Láctea, genéticamente al menos 1% más «inteligente y civilizada» que nosotros, ha desarrollado exploraciones interestelares y, quizás, ya descubrió la Tierra, observó que los logros de los más inteligentes de los Homo sapiens (Leonardo da Vinci, Einstein, Stephen Hawking, etcétera, etcétera) se parecen apenas a los de sus infantes. ¿Seríamos pues, solamente una suerte de zoológico para ellos? ¿A qué conclusiones podrían llegar? Quizás nos han observado desde hace siglos, o milenios, pero con todos los datos e información que han reunido, hasta la fecha, mantienen la siguiente conclusión: «en la Tierra, ninguna especie muestra todavía rasgos de verdadera inteligencia».

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