Año de la biodiversidad

Julia

 

Año de la biodiversidad

Julia Carabias Lillo  ||  Reforma  ||  12 de junio 2010

Cada año la Organización de las Naciones Unidas declara un tema ambiental como prioridad para concentrar esfuerzos globales en la ejecución de acciones que promuevan un avance significativo en la solución del problema seleccionado. El año 2010 es el "Año de la Biodiversidad". El objetivo es incrementar la conciencia en el mundo acerca de los impactos nocivos que los humanos estamos ejerciendo sobre la vida en el planeta como consecuencia del tipo de desarrollo adoptado y avanzar en la implementación de soluciones.

El uso del término biodiversidad, hasta hace pocos años, se limitaba casi exclusivamente al ámbito de las ciencias biológicas. No obstante, en la actualidad se ha incorporado al lenguaje común de las sociedades en general, aunque su significado no está aún plenamente asimilado.

La biodiversidad significa todas las expresiones de vida en la tierra en sus diferentes niveles de organización: los ecosistemas, las especies que los componen, su variación genética y los servicios ambientales que generan.

La ciencia desconoce el número de especies que viven en el planeta. Se han descrito cerca de 1.8 millones de especies de plantas, animales y microorganismos, pero se calcula que deben de ser entre 10 y 30 millones en total, es decir, sólo conocemos entre 6 y 20 por ciento de la biodiversidad mundial.

La existencia y desarrollo de la especie humana, una más entre los millones mencionados, depende totalmente de la biodiversidad. Extraemos de la naturaleza bienes para satisfacer las necesidades de alimentación, vivienda y salud, y nos beneficiamos de los procesos naturales de funcionamiento de los ecosistemas para la obtención de agua limpia, suelo fértil y oxígeno, o para la captura de carbono y la polinización de los cultivos, entre muchos otros bienes y servicios ambientales indispensables para la vida y el bienestar social.

Sin embargo, la falta de conciencia sobre esta absoluta dependencia de la biodiversidad, aunada a la histórica ausencia de criterios ambientales en las políticas públicas de desarrollo, a patrones de consumo y de producción insustentables, a tecnologías inadecuadas, a las desordenadas formas de ocupación territorial y a la falta de valorización de la biodiversidad en todos sus niveles, ha provocado, en el mundo entero, la destrucción de los ecosistemas y, con ellos, la pérdida irreversible de innumerables especies.

Se estima que la mitad de la cobertura vegetal del planeta ha sido deforestada y que la tasa de extinción de especies, en la actualidad, es mil veces mayor que la tasa histórica; incluso mucho mayor que la de hace 65 millones de años, cuando se extinguieron los dinosaurios.

Por si fuera poco, los escenarios futuros se vislumbran mucho más complejos por dos motivos principalmente: uno, se espera un incremento de 3 mil millones de habitantes adicionales en el planeta en los próximos 40 años, lo que implicará, entre otras cosas, duplicar la producción de alimentos; el otro, el cambio climático transformará el funcionamiento de diversos ecosistemas y muchas relaciones entre las especies que los componen. Los alcances y efectos de estos procesos son aún inimaginables.

Hace 10 años la ONU definió un conjunto de metas para superar las condiciones mundiales de pobreza extrema, hambre, analfabetismo, enfermedades, deterioro ambiental, entre otros problemas, y los jefes de Estado aprobaron un plan conocido como los Objetivos del Milenio. El séptimo objetivo se refiere a "garantizar la sostenibilidad del medio ambiente" y una de sus metas es la de "reducir la pérdida de biodiversidad, alcanzando, para el año 2010, una reducción significativa de la tasa de pérdida".

El año 2010 llegó y las tendencias de deterioro no se han revertido. La deforestación continúa a un ritmo de 13 millones de hectáreas anuales (la mayoría en el trópico) y con ella la desaparición de especies de las que muchas de ellas, incluso, desconocimos su existencia. Es impostergable un cambio de políticas.

Termino con algunas reflexiones que realizamos en el volumen III de la obra Capital Natural de México, coordinada por la Conabio, que son válidas para el contexto internacional. Es urgente reconocer la enorme relevancia de las dimensiones económica y social inherentes a las actividades de uso y conservación de la biodiversidad; y, en consecuencia, incorporar costos y beneficios de estas actividades a la lógica asociada a la economía del país. Los agentes protagónicos deben ser los dueños de los recursos -campesinos, indígenas o propietarios privados-, quienes pueden obtener beneficios sustantivos de la biodiversidad. Ello requiere de nuevos arreglos institucionales locales que faciliten y cristalicen acuerdos sociales concretos de largo plazo que garanticen la consolidación de los derechos de propiedad, la debida valoración de la biodiversidad y la justa compensación por su conservación, siempre en concordancia con las políticas nacionales que velan por el interés público de la conservación del patrimonio natural nacional.

Fuente: Hemeroteca