La cuenca del Grijalva

Julia

 

La cuenca del Grijalva

Julia Carabias Lillo  ||  Reforma  ||  01 de mayo 2008

El río Grijalva junto con el Usumacinta son los ríos más caudalosos de México. Se originan en Guatemala, corren por Chiapas y Tabasco y desembocan en el Golfo de México. El caudal de ambos ríos constituye un poco más del 20 por ciento de todos los escurrimientos del país. Con la finalidad de controlar las aguas del río Grijalva, producir energía y fomentar las actividades agropecuarias en Tabasco, se construyeron entre los años sesenta y ochenta cuatro presas: La Angostura, Chicoasén, Malpaso y Peñitas.

La existencia de estas megaobras genera una dinámica muy particular en la cuenca del Grijalva, que debe abordarse de manera integral, y que no puede limitarse únicamente al manejo del agua, ya de por sí complejo en esta región hidrológica. Se trata de una zona densamente poblada, con un alto índice de marginación, con una ocupación territorial muy dispersa, profundamente deteriorada ambientalmente y con actividades productivas insustentables e ineficientes. Su gran importancia estratégica a nivel nacional no corresponde al crecimiento desordenado que ha tenido.

Resulta dramático que la construcción de esta gigantesca infraestructura no haya estado acompañada, desde su origen, de una política contundente de conservación de la cobertura vegetal de la cuenca hidrológica, que evitara el azolvamiento de las presas y de los ríos y mantuviera los servicios ambientales que la cuenca proporcionaba. La prevención de la deforestación habría amortiguado los dramáticos y costosos efectos de los desastres naturales cuenca abajo.

Originalmente, esta cuenca estaba cubierta en sus partes más altas por bosques de pino y de pino-encino y, conforme disminuye el gradiente altitudinal, se establecían los bosques mesófilos de montaña, las selvas húmedas, las selvas inundables y los humedales. Era una de las regiones más ricas del país en cuanto a biodiversidad, con ecosistemas únicos. Así, la selva más húmeda de México, la llamada Selva Negra, se ubicaba cerca de Pichucalco, de la que prácticamente no queda nada, y los humedales más extensos del país se encontraban en lo que hoy es Villahermosa y sus áreas conurbadas.

Es inverosímil la profunda deforestación ocurrida en los últimos 50 años, que rebasa las dos terceras partes de la cuenca del Grijalva. No se mantiene ni siquiera la vegetación ribereña de gran parte de los bordes de las presas ni de la mayoría de los ríos y arroyos que, por ley, al ser zona federal bajo la responsabilidad de la Comisión Nacional del Agua, deberían estar forestados.

La vegetación actúa como una esponja que absorbe la lluvia y amortigua los escurrimientos, pero en su ausencia, el agua de la lluvia escurre sin control por la superficie del suelo, arrastra los sedimentos y los deposita en los ríos, arroyos y presas. Esta erosión ha provocado el desgajamiento de decenas de cerros, cuya máxima expresión se ejemplifica con el drama de Juan de Grijalva; la modificación del cauce y caudal de los ríos y arroyos; y la disminución de la vida útil de las presas y de su capacidad de almacenamiento.

En esta cuenca se ubican las zonas de mayor precipitación pluvial de México. En varias localidades llueve más de 5 mil milímetros anuales, lo que equivale a un volumen siete veces mayor al que llueve en la Ciudad de México o Monterrey. Ante la falta de cobertura vegetal, esta cantidad de precipitación convierte a la cuenca en una zona vulnerable y de alto riesgo por los fenómenos hidrometeorológicos, los que se incrementarán ante el cambio climático.

Algunos fragmentos de vegetación aún se mantienen gracias a que se decretaron en ellos áreas naturales protegidas como el Parque Nacional Cañón del Sumidero y la Reserva de la Biosfera El Ocote, y la parte que corresponde de las reservas de la biosfera El Triunfo y La Sepultura. Entre todas protegen aproximadamente 260 mil hectáreas, que no representan ni el 4 por ciento de la superficie de la cuenca. El resto de la escasa vegetación remanente sigue en riesgo de perderse si las tendencias de deforestación no se revierten.

Además, la enorme dispersión de la población en esta región en nada ayuda a la conservación de los pocos ecosistemas naturales que quedan, a su uso eficiente y sustentable, y a mejorar la calidad de vida de la población que vive en condiciones de alta marginación.

La cuenca del Grijalva necesita urgentemente un plan de desarrollo sustentable. Este plan debe tener como objetivo recuperar el capital natural de la cuenca y lograr el bienestar social de sus habitantes. Ello implica implementar una política interinstitucional muy cuidadosa y concertada de reordenamiento de la ocupación del territorio, sobre todo de las poblaciones que se encuentran en sitios de riesgo. Implica también fomentar la reconversión productiva y conservación y restauración de los ecosistemas naturales, principalmente de la parte media y alta de la cuenca, lo que ofrecería múltiples beneficios a la población y a la vez permitiría mitigar el impacto de los fenómenos hidrometeorológicos, más allá de limitarse al control de abrir y cerrar compuertas.

Es tiempo de revertir los daños ocasionados por el desorden de la última mitad del siglo pasado, ya que, en su oportunidad, no se tuvo ni la visión ni la responsabilidad de prevenirlos.