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Sin dinero, conservación falaz

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Sin dinero, conservación falaz

Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Miércoles 28 de junio, 2017

Reuters / Bernardo Montoya

Sustentabilidad y conservación, un bonito deseo

Hace ya algunos años que el Estado mexicano tomó la determinación (quizá sin darse clara cuenta de ello) de renunciar a su apuesta por conservar una muestra relevante y sustentable del patrimonio natural nacional. Posiblemente, esto parezca aventurado o exagerado, pero la historia de los presupuestos destinados a la conservación y manejo de los recursos naturales, los ecosistemas, y los servicios ambientales del país parece respaldar la aseveración, pues tienden de manera consistente a la reducción, con respecto del resto del gasto público federal.

La idea de que quizá esto no provenga de una decisión del todo consciente por parte del Estado, descansa en la incongruencia entre discurso y presupuesto: cada vez se habla más de las áreas protegidas y su importancia, se presume la condición megadiversa de México, y se festejan los esfuerzos por mitigar los efectos del cambio climático y adaptarse a ellos, pero cada vez se gasta menos en esos temas.

No nos engañemos: la conservación efectiva del patrimonio natural cuesta dinero, y el lugar común de la administración pública, de que “tendremos que hacer más con menos” es profundamente falaz. Una cosa es el ejercicio responsable, austero y eficiente de los recursos públicos, y otra muy distinta el recorte indiscriminado, que cuesta retrocesos en la gestión pública, disminución en la capacidad de atención a los asuntos de competencia del sector, pérdida de capital humano e incapacidad para entregar resultados concretos y relevantes. Lamentablemente, esto es lo que acontece en el ámbito de la conservación de la naturaleza.

Para acabarla de amolar, ahora entra en escena el señor Trump con su negacionismo, su irresponsable apuesta contra la participación pública en la conservación de la naturaleza y sus recortes en los presupuestos destinados a estos temas. Uno podría preguntarse: ¿qué tiene esto que ver con nosotros? Pues bien, parte de los resultados de la apuesta mexicana por la reducción del gasto en la conservación ha sido que, quienes continuamos interesados en hacerla efectiva, nos hemos visto orillados a buscar apoyo en organismos internacionales.

Muchos de los proyectos de conservación en nuestro país dependen entonces del respaldo financiero de organizaciones como USAID, North American Wetlands Conservation Council (el Consejo de Norte América para la Conservación de los Humedales, un organismo que depende de los auspicios del Senado de los EU), el Fondo Mundial para la Vida Silvestre (World Wildlife, Fund, o WWF, también conocido como “el Panda” por su logotipo, The Nature Conservancy (TNC), o Conservation International (CI). Todos estos organismos están sufriendo en alguna medida los cortes del a guadaña presupuestaria que traen consigo las políticas anti-ambientalistas del señor Trump. Por supuesto, una de las primeras consecuencias de estas medidas es el recorte en los apoyos dirigidos a programas y proyectos distintos de los que ocurren en suelo estadounidense, cosa del todo comprensible.

En vez de destinar una mayor proporción del gasto público nacional a la conservación de nuestra biodiversidad, nuestros ecosistemas y los servicios que brindan al desarrollo y la calidad de vida de nuestra población, parecemos empeñados en poner la mirada en la posibilidad de obtener recursos de otras fuentes internacionales, no necesariamente estadounidenses, y volteamos los ojos a organismos como Banco Mundial, GIZ del gobierno alemán, JICA, del japonés, o la Comunidad Económica Europea. Pero estos organismos suelen demandar contrapartes –peso por peso, o el treinta por ciento del costo de los proyectos y otras proporciones– que obligan, ya sea a poner recursos propios, o bien a buscarlos en otras fuentes.

Si la apuesta es reducir el gasto nacional en conservación y los organismos internacionales se retiran de la arena ambiental, como los americanos, o condicionan la participación a la aportación de contrapartes, como los multilaterales, o los europeos, ¿Qué vías nos quedan para la conservación? ¿Entregarla a la iniciativa privada? No es creíble. La iniciativa privada mexicana no es muy propensa a la filantropía, a menos que responda a sus intereses, o que le permita ventajas fiscales, y el tema ambiental no parece interesarles gran cosa, salvando algunas muy puntuales excepciones de alcance local.

Si el gobierno federal continúa por la vía de no poner recursos suficientes para operar, manejar eficazmente y garantizar la conservación de las áreas protegidas que ha creado y continúa creando, la idea de que la conservación sea también una herramienta para el desarrollo sustentable seguirá siendo solamente un bonito deseo.

Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/2017-06-28/Sin-dinero–conservacion-falaz

Chetumal, Quintana Roo
roblesdeb1@hotmail.com

 

 

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