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Territorio, un siglo de deterioro ambiental

Deterioro ambiental durante el siglo XX

Como efecto indeseado de las transformaciones socio-económicas que ha
experimentado el país en el siglo XX, particularmente en su segunda mitad, el
medio ambiente, incluyendo los recursos naturales, ha sido objeto de un deterioro
acelerado. Los procesos de desarrollo promovidos a partir de la última guerra
mundial han tendido a suponer una capacidad indefinida de los sistemas naturales
para aportar recursos y prestar servicios ambientales. Bajo la premisa implícita de
que los bienes y servicios ambientales son ilimitados, gratuitos y permanentes, la
escala de las demandas y de las intervenciones fue creciendo hasta rebasar la
capacidad de carga de los ecosistemas.

El caso de las selvas húmedas, altas y medianas es ilustrativo. Este ecosistema
ocupaba originalmente más de 200 mil km2, extendiéndose desde el este de San
Luis Potosí hasta Chiapas, incluyendo buena parte de Veracruz, Tabasco,
Campeche y algunas porciones de Puebla, Hidalgo y Oaxaca. En la actualidad, ha
quedado reducido a menos de la cuarta parte de su extensión original. La selva alta
perennifolia el tipo de vegetación con mayor biomasa y biodiversidad, que había
sobrevivido sin graves mermas hasta los años cincuenta, ha perdido hoy 85% de su
extensión original. En el marco de una notable ampliación de la ganadería
extensiva, la deforestación de la selva tropical se intensificó entre 1968 y 1982,
periodo en el cual el área de pastizales se incrementó más de tres veces.

Durante los años setenta se deforestaron también vastas superficies de selvas
subhúmedas (subcaducifolias y caducifolias) para establecer distritos de riego. Así
desaparecieron casi por completo las selvas espinosas del país. Ocho millones de
hectáreas de estas selvas se eliminaron para abrir espacios a la agricultura, y tres
millones de hectáreas más se afectaron con fines ganaderos15.

En el transcurso de varias décadas se ha perdido cerca de la mitad de los bosques
templados con los que contaba el país. El fomento a la producción de café, la
ganadería y, en especial, la expansión de la agricultura de roza, tumba y quema,
han eliminado más de la mitad de los bosques de niebla o bosques mesófilos de
montaña, de alto valor por su biodiversidad y endemismos16. Se compromete así la
retención de suelos y la captación y filtración del agua en las cuencas altas, con el
consiguiente aumento en el riesgo de deslaves, deslizamientos e inundaciones.

Queda apenas una tercera parte de la extensión original de manglares, necesarios
para la reproducción de múltiples especies de interés pesquero. Los pastizales
semi-desérticos y los matorrales de zonas áridas se han sobre-pastoreado y sufren
algún grado de desertificación, con pérdida de especies endémicas.

La deforestación de bosques, selvas y zonas áridas siguió avanzando en la década
de los años ochenta a un ritmo estimado de cerca de 700 mil hectáreas al año,
extensión superior a la de todo el territorio de Aguascalientes. Al cambio del uso
del suelo contribuyen todavía numerosos procesos, incluyendo la ganadería
extensiva, formas no sustentables de agricultura, tala inmoderada de bosques,
incendios forestales y dispersión incontrolada de asentamientos humanos.

Por su parte, los diversos ecosistemas acuáticos han recibido residuos urbanos e
industriales, así como agroquímicos. Hoy en día, casi todos los cuerpos de agua del
territorio mexicano sufren algún grado de contaminación, y muchos están
altamente contaminados.

En el Golfo de México, por otra parte, la explotación petrolera ha generado algunos
derrames de crudo y otros productos, que han contaminado ocasionalmente el mar
y los ecosistemas costeros, sobre todo las lagunas. Además, el aprovechamiento
pesquero incurre con frecuencia en una sobre-explotación que amenaza su
viabilidad en el corto o mediano plazos.

Los deterioros ambientales referidos, que más adelante serán objeto de un análisis
más específico, son semejantes a los padecidos por muchos otros países que, como
México, enfrentan una crisis ecológica cuya magnitud carece de precedentes. La
conciencia de esta crisis, lejos de desanimarnos, debe ser estímulo para la acción.

El deterioro ambiental no es consecuencia inevitable del desarrollo, sino expresión
de un mal desarrollo. Mediante una gestión adecuada podemos prevenirlo,
reducirlo o mitigarlo. A largo plazo podemos incluso revertirlo, aunque sea en
forma parcial y a un muy alto costo.

Cada uno de los procesos de deterioro indicados es consecuencia o reflejo de uno o
varios procesos socio-económicos con incidencia directa o indirecta sobre los
sistemas naturales. Para contrarrestar las tendencias de deterioro se necesita
transformar los procesos socio-económicos que las determinan, lo cual requiere, a
su vez, una institucionalidad capaz de establecer un sistema adecuado de gestión
ambiental e inducir los cambios necesarios.

15 Toledo V. M., Carabias, J., Toledo, C. y González Pacheco, C. La producción
rural en México: alternativas ecológicas. Colección Medio Ambiente Núm. 6.
Fundación Universo Veintiuno, México, 1989.
16 Challenger, A. Utilización y conservación de los ecosistemas terrestres de
México: pasado, presente y futuro. Conabio. Instituto de Biología de la UNAM y
Agrupación Sierra Madre, S. C., México, 1998.

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