Biodiversidad y adaptación al cambio climático
Biodiversidad y adaptación al cambio climático
José Sarukhán Kermez ǀǀ El Universal ǀǀ 18 de abril de 2014
Entre mi artículo anterior y éste, se presentó la tercera parte del quinto reporte del IPCC referente a los esfuerzos de mitigación que han tenido lugar en el mundo y los que son necesarios para evitar elevar aún más los costos que el cambio climático (CC) genera en el mundo.
Resulta paradójico leer al inicio del reporte el objetivo central de la Convención de Cambio Climático: “… la Conferencia de las Partes… debe lograr… la estabilización de los GEIs en la atmósfera en un nivel que prevenga la interferencia antropogénica peligrosa con el sistema climático. Tal nivel debe alcanzarse en un tiempo suficiente para permitir que los ecosistemas se adapten naturalmente al CC, asegurar que la producción de alimentos no se ponga en riesgo y permitir que el desarrollo económico proceda de manera sustentable”.
Como debe quedar claro para mis querid@s lector@s, ninguna de esas metas es alcanzable con las tendencias actuales de acumulación de GEIs en la atmósfera. Las economías siguen teniendo un crecimiento (que no desarrollo) no sustentable, las alarmas respecto a producción de alimentos están en fase roja y los ecosistemas —con la biodiversidad que las compone— no podrán adaptarse con la velocidad del cambio climático.
Con la profunda afectación a la mayoría de los ecosistemas por el CC no sólo perdemos un gran número de las especies que contienen, sino también la calidad y cantidad de los servicios ecosistémicos que nos proveen, de lo que nosotros y el resto de la vida en la Tierra dependemos. Por ello, resulta especialmente importante conservar y promover la diversidad biológica (especialmente su diversidad genética) de los organismos de los que dependemos directamente para vivir: las plantas y animales de los que nos alimentamos.
El modo de producción agrícola y pecuaria intensiva, adoptado en casi todo el mundo —que ciertamente aumentó la producción de alimentos a costos energéticos enormes y ecológicos insostenibles— ha tenido como consecuencia no sólo un gran deterioro de los suelos, contaminación de cuerpos de agua (incluido el mar) etcétera, sino la pérdida de la variabilidad genética de la mayoría de las plantas cultivadas y de animales domesticados.
Esta pérdida de diversidad genética no se resuelve con la existencia de bancos de semillas, ya que cubren sólo una parte de esa diversidad e ignoran la diversidad genética de los parientes silvestres de esos organismos. Adicionalmente, no preservan el proceso de la producción de diversidad genética mantenida a lo largo de siglos por los pequeños agricultores de todo el mundo. Además de conservar de manera activa esos procesos agrícolas, considerados como “retrasados” y “tradicionales” por influencia de las grandes transnacionales agropecuarias, es indispensable estudiar la diversidad genética de los cultivos, así como de sus parientes silvestres cercanos, conservando los sistemas ecológicos en los que se encuentran.
Hay varios ejemplos en el mundo de la importancia de esa diversidad genética. Mencionaré solo uno: el de la plaga del tizón de la papa, que acabó con el alimento en Irlanda y gran parte de Europa a mediados del siglo XIX, produciendo una hambruna catastrófica (más de un millón de muertes en Irlanda) y una gran emigración de irlandeses y europeos hacia América y otras latitudes. Fue la cruza con especies silvestres de la papa resistentes al parásito, entre ellas una especie silvestre no comestible de México (proveniente de la zona de Metepec) la que produjo una solución, al menos parcial, del problema. ¿Cómo se le adjudica un valor económico a la existencia de esa planta y a su resistencia genética a dicha enfermedad?
Ante los escenarios de CC en el mundo requeriremos tener respuestas adecuadas para generar los cultivos que se adapten a esas nuevas condiciones. Las respuestas están frente a nosotros como producto de la evolución natural de los organismos que constituyen la diversidad biológica que nos rodea y que resulta de generaciones de pequeños agricultores que han producido y mantenido la diversidad de cultivos con la que aun contamos. Aun así es necesario intensificar la investigación en esas plantas y sus parientes silvestres. Este es el más real y concreto aporte.
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