Educación «light»
Educación "light"
José Sarukhán Kermez ǀǀ El Universal ǀǀ 20 de febrero de 2015
En esta época en que cada vez más estamos rodeados de propaganda sobre productos de todo tipo (incluida la vorágine de propaganda política insulsa en los medios, ya intolerable a estas alturas tempranas del año electoral) que se anuncian como light, descafeinados, deslactosados, etc., el artículo, hace una semana en las páginas de nuestro diario, de mi colega y buen amigo Manuel Gil Antón, acerca de cómo ignoramos las señales de alarma en general y particularmente sobre la educación en México me pareció, aparte de muy pertinente, reminiscente de problemas que han afectado a la educación de nuestro país desde hace décadas. También me reforzó la convicción de que tenemos un problema que la sociedad en su conjunto no acaba de calibrar en su justa dimensión y en función de ello esperar o exigir —justificadamente— una mejoría en la calidad y pertinencia de la educación a todos los niveles, especialmente en el básico, mientras no participe como sujeto activo en lograr esa calidad y pertinencia, para asegurar y ayudar a que sus hijos dediquen esfuerzos reales para aprovechar al máximo su proceso educativo. Me explico.
Durante la segunda mitad de mi rectorado en la UNAM, había una alta expectativa de parte de muchas familias de una variada gama de niveles sociales, para que sus hj@s, provenientes en su mayoría de bachilleratos particulares, pudiesen cursar la carrera que querían en la UNAM. Independientemente del cuello de botella que representaba el “pase automático”, ciertamente muy criticado pero ahora adoptado por todos los bachilleratos que son parte de muchas universidades privadas, yo recibía comentarios e incluso llamadas por teléfono de padres de familia molestos porque sus hijos no habían aprobado el examen de selección requerido a quienes provenían de dichos bachilleratos, arguyendo que el examen era “demasiado exigente y difícil” y que no se explicaban cómo sus hij@s, que tenían un promedio de 10 en el bachillerato, no habían aprobado ese examen. Resultaba difícil y me temo que inútil tratar de hacerles ver —lo más delicadamente posible— que esas calificaciones y sin duda la preparación de sus hij@s, estaban, por así decirlo, “infladas”. Dudo mucho que un buen número de esos padres de familia hayan tenido el cuidado de evaluar sensatamente el avance educativo de sus hij@s mientras estudiaban.
El problema no se restringía al nivel del bachillerato. En el examen de selección de los estudiantes de secundaria para ingresar al bachillerato de la UNAM, menos de 30% quedaba por arriba de la “calificación de corte” y otro 30% lograba un resultado similar al que se obtendría por haber respondido el examen a ciegas. Tanto mi antecesor, el rector Jorge Carpizo, como quien esto escribe manifestamos este hecho en la prensa. Sólo un muy pequeño porcentaje de los egresados de la secundaria habían estado en una biblioteca antes de ingresar a la UNAM. La reacción airada del SNTE de ese entonces fue la única respuesta que se recibió.
Una evaluación de los alumnos de bachillerato en cuanto a su comprensión de la lectura al final del primer semestre, cuando ya habían desertado un buen número de ellos, demostraba, consistentemente, que un tercio de los alumnos no entendían el texto que se les había dado a leer.
Hay un gran esfuerzo por hacer para que el sistema educativo produzca los ciudadanos que el país requiere y no será posible lograrlo si los padres de familia no se constituyen en un agente activo, que está realmente atento al avance educativo de sus hij@s, los estimula y al tiempo exige, con conocimiento, el mejor resultado de las escuelas.
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