La Tierra está herida
La Tierra está herida
Julia Carabias Lillo || Reforma || 26 de abril 2014
El pasado 22 de abril se conmemoró el Día Mundial de la Madre Tierra. Subrayo conmemoró porque, en realidad, no hay nada que celebrar. Vale la pena hacer un breve recuento del estado al que la especie humana ha sometido al planeta durante la nueva era del Antropoceno -término acuñado por el premio Nobel de química Paul Crutzen-, debido a su intervención, sobre todo a partir del último siglo, en los sistemas naturales biológicos, físicos y químicos.
Modificamos la composición de la atmósfera al incrementar la concentración de gases de efecto invernadero, provocando el aumento de la temperatura promedio de la superficie terrestre en casi un grado centígrado. La tendencia continúa y es mucho más aguda de lo que los científicos pronosticaron hace apenas siete años. Se estima que cuando el aumento sobrepase los dos grados centígrados se presentarán condiciones de alto riesgo para la especie humana y para otras especies, tales como la intensificación de los fenómenos hidrometeorológicos extremos (sequías, inundaciones y olas de calor) con serias consecuencias sociales, económicas y ambientales, en especial para la población más vulnerable.
Deforestamos más de la mitad de la cobertura forestal del planeta, esencialmente para actividades agropecuarias, infraestructura y asentamientos urbanos. Las tendencias se mantienen sobre todo en las selvas tropicales, sistemas ribereños y otros humedales y, en la última década, las plantaciones de palma africana y el cultivo de soya son algunas de las causas de la desaparición de estos ecosistemas naturales.
Provocamos que la tasa de extinción de especies sea hasta mil veces por encima de las tasas típicas de la historia de la vida en el planeta. Los estudios demuestran que, en promedio, las especies que se encuentran en peligro de extinción cada vez lo están más: el grupo más amenazado es el de los anfibios; cerca de la cuarta parte de las especies vegetales está en peligro; la abundancia de individuos en muchas especies de vertebrados se redujo principalmente en los trópicos y en los ecosistemas de agua dulce. Incluso, la diversidad genética de los diferentes tipos de cultivos y ganado también disminuye, haciéndolos más vulnerables al cambio climático y, en cuanto a la vida marina, la sobreexplotación pesquera ha llevado a niveles críticos a casi 30% de las pesquerías del mundo.
Erosionamos el suelo y con ello se ha perdido su fertilidad. En América Latina se estima que 22% de los suelos están erosionados. En los sistemas agrícolas convencionales la erosión es tres veces mayor que la de los sistemas que practican agricultura de conservación y 75 veces mayor de la que ocurre en ecosistemas naturales. Las tierras degradadas se abandonan y su restauración, cuando es posible, es muy costosa y técnicamente muy compleja.
Se incrementan las regiones en el mundo que padecen escasez de agua, entre ellas México, por la creciente demanda de este líquido vital debido a la presión demográfica y al mal uso, especialmente, en la agricultura de riego.
Contaminamos el suelo, el agua y el aire con sustancias nocivas que deterioran los procesos biológicos e imponen altos costos de salud.
La alteración de la composición y funcionamiento de los ecosistemas naturales pone en riesgo, o al menos se complica de manera progresiva, la obtención de alimentos y agua, el disfrute de una buena salud y de espacios de esparcimiento, entre muchos otros servicios ambientales. El agotamiento del capital natural del planeta es un problema de seguridad alimentaria, de disponibilidad de agua y energía, es decir, de desarrollo y bienestar social.
El deteriorado estado de salud del planeta se debe al abuso que los más de 7 mil millones de habitantes hacemos de los servicios ambientales que nos brindan los ecosistemas naturales. La estimación es que, para el año 2050, la población habrá superado los 9 mil millones y que 70% de ésta será urbana, mucho más consumidora que la rural. Por ello, las presiones sobre los recursos naturales seguirán creciendo, a menos que se apliquen profundas medidas de cambio en los patrones de consumo y tecnológicos.
Los escenarios muestran que, de seguir en la misma ruta, las condiciones para las sociedades humanas y para numerosas especies serán insostenibles. Nos estamos acercando a los umbrales de riesgo en el uso de muchos recursos naturales. Sin duda, como vamos, vamos muy mal y el futuro no pinta nada mejor. Ojalá algún día, nuestros nietos, puedan celebrar a la Madre Tierra.
Fuente: Hemeroteca
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