Patrimonio natural
Patrimonio natural
Julia Carabias Lillo || Reforma || 15 de mayo 2008
Los seres humanos, al igual que el resto de los seres vivos del planeta, desde nuestro origen hemos dependido de la naturaleza para la supervivencia. Sin embargo, no hemos aprendido a valorarla y respetarla, por el contrario, en las últimas seis décadas hemos generado un daño ambiental sin precedente.
Cada especie, entre los millones que existen en el mundo, es el resultado evolutivo de un largo y complejo proceso de interacciones que ocurren entre ellas mismas y con el medio físico que las rodea. En México, debido a su ubicación geográfica y accidentada topografía, estos procesos evolutivos han sido particularmente diversos a lo largo de su historia geológica. Así, las expresiones de vida que se manifiestan en el territorio mexicano sólo se comparan con las de China, Brasil, Indonesia y Colombia. Todos los ecosistemas que existen en el mundo, excepto las taigas y tundras de los climas extremos fríos, se encuentran representados en México.
Los humanos aprovechamos los componentes y funciones de los ecosistemas para nuestro beneficio y desarrollo. Estos beneficios se conocen como servicios ambientales y son de varios tipos: de provisión, como la obtención de alimentos, agua dulce, madera, fibras, combustibles; de regulación, como el control de la erosión, la estabilidad del clima, el control de enfermedades, la purificación del aire y del agua; de soporte, como el reciclamiento de nutrientes, la formación de suelo; y culturales, como las actividades recreativas, estéticas o educativas.
La biodiversidad y sus servicios ambientales constituyen el patrimonio natural de nuestro país y la base material para el desarrollo presente y futuro. Su diversidad representa una ventaja y oportunidad para lograr el bienestar social nacional, siempre y cuando se aproveche de manera adecuada. Éste es precisamente el reto y responsabilidad de nuestra generación.
No obstante, históricamente, las políticas de desarrollo no han valorado la importancia de garantizar la conservación del patrimonio natural como una condición sine qua non y se persiste en justificar que la transformación y destrucción de la naturaleza es el costo del desarrollo.
Las sociedades modernas, particularmente las urbanas, tienen una percepción equivocada y distante de la naturaleza. Se considera que los alimentos se obtienen en el mercado, que el agua surge de las tuberías, que los muebles de madera provienen de los almacenes, que la electricidad se genera en los cables y que el aire simplemente ahí está, sin reconocer que estos bienes se originan de la naturaleza y que sin los ecosistemas éstos no existirían.
De los ecosistemas se extraen recursos naturales en cantidades y ritmos mayores de los que la propia naturaleza puede reponer, como en los casos de la pesca y uso forestal; se eliminan los bosques y selvas para establecer la agricultura y ganadería; se construye infraestructura urbana en zonas de inundación o de intensas pendientes; las carreteras interrumpen los cuerpos de agua; la agricultura de riego sobreexplota acuíferos no renovables; la industria y las ciudades arrojan sus desechos a los ríos y lagos; la infraestructura turística destruye los manglares, por sólo mencionar algunos procesos de deterioro ambiental.
Cuando por el mal uso de la naturaleza el agua escasea se incrementan las enfermedades debido a la contaminación del agua y aire, se encarecen las materias primas, disminuye la productividad, aumenta la migración, se incrementan los impactos por los fenómenos hidrometeorológicos extremos, baja la calidad de vida y se intensifica la pobreza, es entonces cuando, ya demasiado tarde, nos percatamos del deterioro que hemos causado a la naturaleza. Su reparación, cuando resulta viable, es mucho más compleja y costosa que la prevención del daño.
Algunos indicadores del deterioro del patrimonio natural dan fe de su destrucción: sólo queda 50 por ciento de la vegetación original del país; se ha perdido 86 por ciento de las selvas tropicales húmedas; la deforestación sigue siendo de más de 400 mil hectáreas anuales; 45 por ciento de la superficie nacional está afectada por algún grado de degradación del suelo; 73 por ciento de los cuerpos de agua están contaminados; 22 por ciento de las pesquerías están sobreexplotadas y 63 por ciento llegaron a su límite.
La solución no es frenar el desarrollo, sino fomentar las políticas y sistemas productivos adecuados que sean compatibles con la conservación del patrimonio natural. Aun cuando se ha avanzado en la creación de instituciones, programas, leyes, formación de capital humano e incremento de recursos económicos, la conservación de la biodiversidad sigue siendo un tema marginal en la agenda nacional del gobierno y de la sociedad.
Como sociedad, hemos fallado al no comprender que la biodiversidad es parte de nuestro patrimonio nacional y que su conservación es una necesidad imperante para la supervivencia, el desarrollo y la seguridad nacional. Carecemos de un código ético y moral que respete el patrimonio natural. Nuestra generación será la responsable del mayor impacto que se ha registrado en la naturaleza y no se está asumiendo la responsabilidad que nos toca. Es obligado elevar las políticas de conservación y uso sustentable de la biodiversidad al más alto nivel de la agenda nacional.
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