Piel dura y corazón helado
Piel dura y corazón helado
Julia Carabias Lillo || Reforma || 11 de octubre 2014
Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy", así inicia Tony Judt su libro titulado Algo va mal; no puede ser más acertado para describir nuestros tiempos. "Gran parte de lo que hoy nos parece ‘natural’ data de la década de 1980: la obsesión por la creación de la riqueza, el culto a la privatización y el sector privado, las crecientes diferencias entre ricos y pobres. Y, sobre todo, la retórica que los acompaña: una admiración acrítica por los mercados no regulados, el desprecio por el sector público, la ilusión del crecimiento infinito", añade.
La falacia de esta retórica, la que Judt fustiga, queda de manifiesto en los asuntos ambientales. La evidencia científica, y también el sentido común, demuestran que el crecimiento no puede ser infinito porque cuando se sobrepasan los límites en los sistemas biológicos, físicos y químicos ocurren descalabros en el funcionamiento del planeta, cuyos efectos ni siquiera podemos dimensionar plenamente (por ejemplo, el cambio climático). También se han evidenciado las limitaciones y distorsiones del mercado mal regulado con relación al uso sustentable de los recursos naturales, sobre todo en los bienes comunes, así como las consecuencias de la renuncia del Estado a su obligación de velar por un medio ambiente sano, derecho humano consagrado en la Constitución mexicana.
El sustrato de las economías sigue basado, y seguirá, en los servicios ambientales de soporte y abastecimiento, como los hídricos y biológicos, y en la explotación de recursos no renovables como los petroleros, mineros, y el suelo mismo; se prioriza la maximización económica y el Producto Interno Bruto crece a costa del capital natural, erosionando las opciones y la libertad de las futuras generaciones.
Se homogeneiza y masifica el consumo de productos superfluos de mínima durabilidad y recambio acelerado que demandan enormes volúmenes de materias primas y generan excesos de residuos sólidos. La moda, la comodidad, la competencia, el estatus, forman parte de la nueva cultura del consumo de muchas sociedades y sectores.
El interés público muy frecuentemente es derrotado frente a los intereses privados, económicos y políticos. Es ya una escuela burlar la normatividad ambiental o pedir perdón y no permiso. La impunidad se instala.
Los valores más esenciales del ser humano, de justicia y equidad inter e intra generacional y de respeto a las otras expresiones de vida, quedaron como un asunto de utópicos e idealistas. El concepto de desarrollo sustentable, tan fresco y globalmente aceptado en los años noventa, se erosionó ante el consumismo, la demagogia, el cortoplacismo y el culto al crecimiento económico; el medio ambiente aparece como un estorbo.
La sociedad se ha acostumbrado a la violencia, a las desigualdades, a la injusticia, al deterioro y está mal informada y desorganizada en materia ambiental. Se cierran cada vez más espacios de diálogo, expresión y difusión. Se está desarrollando la piel dura y el corazón helado en los individuos y no nos estremecemos ante las catástrofes ambientales. Rebosa el exceso de confianza en nuestra propia especie.
El planeta se degrada, nuestro país también. "Hemos conquistado la biosfera y la hemos convertido en un erial como no ha hecho ninguna otra especie en la historia de la vida… estamos desmantelando estúpidamente la biosfera y, con ella, nuestras propias perspectivas de una existencia permanente… nos ponemos en peligro a nosotros y al resto de la vida", señala Edward O. Wilson en su libro Conquista Social de la Tierra, uno de los biólogos más importantes del siglo XX, quien acuñó el término de biodiversidad.
¿Qué se necesita para renovar las fuerzas perdidas, para repensar un modelo de desarrollo distinto y para estar dispuestos a asumir los costos del cambio? ¿A quién le interesa realmente la naturaleza? Ojalá, al menos, a los jóvenes.
Con estas reflexiones poco optimistas, me despido de mis lectores quienes por un poco más de seis años y medio han seguido esta columna y retroalimentado los planteamientos. Agradezco a esta casa, Reforma, y a todo su equipo de colaboradores, haberme permitido expresar libremente mis ideas y críticas y compartir mis experiencias y conocimiento. A los jóvenes, y a los ya no tanto, que aún son capaces de reaccionar con coraje a la injusticia y el deterioro, no pierdan esa histamina e incorporen el respeto a la naturaleza en la cimentación de su código de valores, para comprender y responder a esta forma tan profundamente errónea en la que vivimos.
Fuente: Reforma
No Comment