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Por un mejor medidor del bienestar social

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Por un mejor medidor del bienestar social

José Sarukhán Kermez  ǀǀ  El Universal  ǀǀ  28 de febrero de 2014

Completo la contribución sobre el Producto Interno Bruto (PIB) de esta semana resumiendo el artículo anterior con la idea de que el PIB, como se entiende ahora, es un descriptor inadecuado para conocer el grado de bienestar económico que la sociedad de un país tiene. Sé que ese índice no se diseñó para medir bienestar social pero siete décadas después se sigue utilizando tenazmente como el indicador que mide “qué tan bien va un país”, lo que sea que esa frase pueda significar. De la misma manera, en los círculos de decisión económica mundial —que no por todos los economistas— se sigue pensando obstinadamente que es dable crecer indefinidamente en un planeta que es finito y cuyos recursos también son finitos. Esta es otra fijación del pensamiento económico dominante en el mundo que resulta incomprensible. No hay duda que países como el nuestro tienen el reto de crecer económicamente, porque una porción sustancial de su población carece de estándares de vida siquiera dignos, lo cual depende de una mayor equidad social.

El crecimiento económico en México (con los elementos que definen al PIB) es necesario, pero el país tiene que diseñar un proceso que lo permita seguido de una transición a fases de menor crecimiento y hacerlo de manera que la fase del crecimiento más vigorosa no cancele las opciones para el futuro. Por eso, al final de la II Guerra Mundial, el PIB era un medidor adecuado de la actividad económica, especialmente de los países industrializados. Pero los tiempos y las circunstancias de cada país ahora son muy distintos a entonces. John Kenneth Galbraith, el economista keynesiano autor de La Sociedad Afluente, describió magistralmente esta situación: “Amueblar una habitación vacía es una cosa. Continuar llenándola de muebles hasta que el piso se hunda es totalmente otra cosa”.

Se han desarrollado por diversos organismos privados e internacionales como la OCDE, el PNUD, otros índices más comprehensivos que el PIB, que sin ignorar los aspectos económicos, involucran otros factores de tipo social, ambiental y de otra índole. Uno de ellos es el Indicador de Progreso Genuino (GPI por sus siglas inglesas) que incluye aspectos tan importantes como la distribución del ingreso y el impacto diferencial de incremento económico para pobres y ricos, así como otros factores como los niveles de trabajo voluntario, la contaminación, costos de aspectos sociales como el divorcio, la criminalidad, etc.

Estas consideraciones tienen importancia: un estudio publicado en 2013 (Kubiszewski et al. Ecol. Econ. 93, 57‐68) comparó y relacionó PIB /capita y GPI /capita para 17 países con una población total equivalente a la mitad de la mundial. Hasta cerca de 1980, ambas medidas estaban cercanamente correlacionadas, pero a partir de ese momento, cuando los costos ambientales y sociales del crecimiento económico aumentaron muy notablemente, el GPI se estancó mientras que el PIB siguió creciendo; esto quiere decir que el grado de satisfacción de la vida de las personas está correlacionado con el GPI/capita, pero no con el PIB/capita.

Varios estudios recientes muestran que el PIB en sí no es malo, sino que ha sido usado de manera muy inadecuada como un medidor de la calidad de la vida y que se desconecta totalmente del concepto de sustentabilidad; un estudio muy notable ha sido el encargado por el gobierno francés a Stiglitz y colaboradores (Mismeasuring our lives; why GDP doesn’t add up, The New Press, 2010) que recomiendo a mis lector@s leer.

Tales inadecuaciones del PIB son particularmente peligrosas en el contexto de la crisis ambiental global que estamos experimentando, producida tanto por el calentamiento global como por la pérdida de los ecosistemas naturales y los múltiples servicios ambientales con los que nos proveen. Mientras las externalidades ambientales y sociales de los modos de producción actuales no estén incorporados en las cuentas nacionales, los precios del mercado estarán burdamente distorsionados y cualquier cálculo de “riqueza de una nación” será falso. Seguir por este camino equivale a pilotear una nave utilizando una brújula descompuesta.

 

 

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