Quemas agropecuarias
Quemas agropecuarias
Julia Carabias Lillo || Reforma || 02 de mayo 2009
Durante esta temporada de secas nuevamente el cielo de muchos estados de la República, sobre todo del sureste, se cargó de humo producto de las quemas agropecuarias. A pesar de que estas quemas resultan muy nocivas para el medio ambiente y para la salud humana el fuego se sigue utilizando indiscriminadamente en la agricultura y la ganadería.
El proceso histórico para ampliar la superficie agropecuaria es el siguiente. Primero se tumba la vegetación original, la selva en el caso del trópico, y después de dejarse secar durante algunos meses, se quema. Esto se denomina cambio de uso de suelo mediante la roza, tumba y quema. De esta forma, la parcela queda lista para el cultivo de granos básicos al inicio de las lluvias. Pocos años después los nutrientes almacenados en el suelo se agotan debido a la eliminación de la selva que los generaba, lo cual impide la prosecución de la producción agrícola. Tras una nueva quema el productor deja crecer el pasto, que rebrota de manera natural, o siembra alguna variedad mejorada y convierte el cultivo agrícola en potrero para la ganadería bovina extensiva. El mal manejo de los potreros, denominador común en la mayor parte del trópico, provoca una pronta disminución en la productividad. La respuesta más barata es volver a quemar el pasto, ya que el fuego ayudará a que rebrote con cualquier humedad que se presente.
Otro cultivo que utiliza fuego es el de la caña de azúcar. Éste se usa para eliminar los restos del cultivo una vez terminada la cosecha. Por ello, el estado de Morelos, por ejemplo, se cubre de humo y cenizas durante estos meses.
Así, ya sea por la quema de vegetación para el cambio de uso de suelo, por la quema de residuos agrícolas o por la quema de pastos, cada año se deforestan y queman centenas de miles de hectáreas de vegetación original, se queman millones de hectáreas de cultivos y potreros y se producen decenas de millones de toneladas de gases efecto invernadero (GEI) que contribuyen al cambio climático.
El saldo final económico, ambiental y social de estos sistemas productivos es muy negativo. 1) Se destruyen los ecosistemas naturales, particularmente la selva que es el de mayor diversidad biológica del país. México ha perdido ya 86 por ciento de sus selvas tropicales más húmedas. 2) Se emiten altas concentraciones de GEI. El 19 por ciento de los GEI que se producen en el país provienen del uso de suelo, del cambio de uso de suelo mediante quemas agropecuarias y de la silvicultura. 3) Se provocan incendios forestales cuando las quemas salen de control. La mitad de los incendios en el país tienen este origen. 4) La productividad obtenida con estos sistemas es muy baja y los campesinos no logran superar la pobreza. 5) Las altas concentraciones de humo a las que durante dos meses está expuesta la población constituyen un riesgo para su salud.
¿Por qué entonces si se trata de un proceso de perder-perder se sigue utilizando el fuego en la agricultura y la ganadería? La respuesta es sencilla aunque absurda. Ésta es la forma más barata de producir y ante la falta de fomento de políticas públicas que modifiquen estos sistemas productivos los campesinos seguirán usándola, aun cuando sean conscientes del daño generado tanto a ellos como a sus familias, así como a sus recursos naturales y al medio ambiente global.
El problema no radica en la falta de conocimiento tecnológico, pues hay muchos ejemplos que demuestran que se puede producir sin usar fuego. El caso de los proyectos que la Sagarpa y el Corredor Biológico Mesoamericano están fomentando en los municipios de Maravilla Tenejapa y Marqués de Comillas en Chiapas es uno de ellos. Los ejidatarios aceptan el cambio tecnológico, siempre y cuando cuenten con asistencia técnica y recursos económicos para la reconversión productiva.
El Programa Especial de Cambio Climático que el gobierno federal puso a consulta, por segunda ocasión, aborda este tema desde la perspectiva de la reducción de emisiones. La Sagarpa ha establecido un importante compromiso mediante: la reconversión de las tierras agropecuarias degradadas y con bajo potencial productivo a cultivos perennes y diversificados; la cosecha en verde de la superficie industrializable de caña de azúcar; la introducción de prácticas de labranza de conservación de suelos en tierras agrícolas; la siembra de árboles y arbustos forrajeros y de sombra en potreros, y el pastoreo planificado. Prácticas productivas, todas ellas, que eliminan el uso del fuego, incrementan la productividad y detienen el avance de la frontera agropecuaria.
La inversión del gobierno en estas tecnologías es, sin duda, no sólo una necesidad, sino un costo-beneficio muy positivo cuando se valoran los resultados ambientales, económicos y sociales de conjunto. No se deben escatimar esfuerzos. Si se cumplen las metas y éstas se sostienen en el tiempo, disminuirán las emisiones de GEI y se conservarán los ecosistemas naturales y su biodiversidad, se incrementará la productividad y mejorarán los ingresos de los campesinos.
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