Crónica de una dolorosa pérdida
Crónica de una dolorosa pérdida
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Miércoles 23 de mayo, 2018
Conflictos que aquejan a la Reserva Bocas de Dzilam
Hace treinta años el gobierno del estado de Yucatán estableció la Reserva de la Biosfera Bocas de Dzilam, 64 mil hectáreas comprendidas en los municipios de Dzilam de Bravo, Panaba, Sucila y San Felipe.
Fue la primera área protegida de su tipo construida y decretada por el gobierno de una jurisdicción sub nacional en nuestro país. En la superficie que cubre aloja una muestra relevante de pastizales marinos, dunas costeras y playas, manglares, petenes, sabanas, selvas bajas inundables y selvas bajas caducifolias. La habita una avifauna diversa, tanto residente como migratoria, que incluye especies tan carismáticas como los flamencos rosas del Caribe, pelícanos blancos, diversas aves rapaces, gaviotas, garzas de varias especies, playeros y un largo etcétera.
También aloja a los mamíferos más emblemáticos de la región, incluidos jaguares, venados, jabalíes y, hasta hace poco al menos, monos araña, por sólo mencionar algunos. Hay en ella una herpetofauna variada y rica, entre cuyas especies destacan los cocodrilos y las tortugas marinas que se acercan a nuestras costas a ovar. Es además refugio de una buena cantidad de especies de peces, crustáceos y moluscos de interés comercial. No hablemos ya de otros grupos de seres vivos, menos conspicuos pero igualmente importantes, y seguramente mucho más diversos que lo enumerado en este párrafo.
Al establecer la reserva, el entonces gobernador del estado, Víctor Manzanilla Schaffer, designó a seis personas de los municipios de Dzilam Bravo, Panaba y San Felipe para conformar el cuerpo de vigilantes del área, que contaba también con un director, un programa de manejo y un muy magro presupuesto. Los vigilantes fueron envejeciendo, algunos murieron, otros se jubilaron, y otros renunciaron por razones diversas. Hoy queda solamente uno, en Dzilam de Bravo, que debe cargar con la responsabilidad de vigilar lo que acontece en toda la reserva, y además operar durante la temporada de arribo de tortugas marinas, el programa de protección correspondiente, con 500 pesos ¡sí, quinientos pesos moneda nacional!, para combustible. La figura de director del área desapareció del organigrama hace ya muchos años.
Como las demás áreas protegidas costeras del estado, la Reserva Bocas de Dzilam enfrenta al sur presiones ejercidas por el crecimiento de la actividad ganadera, y por los incendios (muchos de ellos provocados por quienes quieren cambiar el uso del suelo o por cazadores furtivos), en su porción marina y su franja litoral se ve asediada por una intensa actividad pesquera y una actividad turística que crece, generando en el área impactos diversos. El más evidente de ellos, que le ha merecido a Dzilam el dudoso prestigio de contarse entre las playas más sucias de México, es la disposición absolutamente incontrolada de residuos sólidos diversos y lesivos: botellas de PET, latas de aluminio, recipientes de plástico de aceite de dos tiempos y cloro, artículos de unicel, y hasta llantas de automóvil (qué no sé cómo llegan al mar, ni para qué las utilizan quienes ahí las arrojan).
Quizá entre los conflictos más severos de los que hoy aquejan a la Reserva Estatal Bocas de Dzilam es el ocasionado por la presencia de los pescadores y procesadores de pepino de mar. En una reciente visita al sitio, el último de los vigilantes de la reserva me refería haber detectado dieciséis sancochaderos de pepino de mar en el área de las bocas (la ría que constituye el corazón de la reserva). Cada uno de éstos trabaja con unas ocho pailas donde cuecen los pepinos en salmuera. Una vez terminado el proceso, arrojan sin miramientos la salmuera caliente a las aguas de la ría, entre los árboles de mangle. Al impacto de la sal y el incremento de la temperatura, los mangles que no mueren sufren un estrés significativo. Quienes trabajan en esta actividad suelen ostentar armas abiertamente, y frecuentemente se cubren el rostro para no ser identificados.
Esto es del conocimiento de la autoridad estatal responsable de la reserva, no solamente les ha sido informado por el vigilante, entiendo que incluso con evidencia fotográfica, pero hasta el momento, nada se ha hecho por retirar los sancochaderos de la zona núcleo del área. Entiendo que hacerlo –dado que involucra un cuerpo de agua– entraña convocar la participación de autoridades federales, particularmente, la Pofepa. Entiendo también que, dado lo peligroso de encarar un grupo nutrido de personas, algunos de ellos probablemente armados, debe reclutarse también la participación de la fuerza pública, particularmente de la marina. Lo que no entiendo es por qué no se ha hecho aún.
También entiendo que la agenda de la autoridad ambiental en el estado es compleja y variopinta, y que a la luz de la dinámica de desarrollo de la entidad, las áreas protegidas tienden a quedarse rezagadas. Y comprendo que en Yucatán, como en el resto del país, los recursos destinados a la conservación son los primeros, junto con los de la cultura, en sufrir recortes. Lo que no entiendo, y me parece además inaceptable, es que se haya condenado al olvido y al abandono a la primera reserva estatal creada en México, que debería ser estandarte de la capacidad de los ejecutivos estatales para proteger el patrimonio natural que alojan sus territorios. Es una pérdida dolorosa que nos debería llamar a todos al enojo, cuando menos.
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/2018-05-23/Cronica-de-una-dolorosa-perdida
Mérida, Yucatán
roblesdeb1@hotmail.com
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