¿Victorias pírricas?

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¿Victorias pírricas?

José Sarukhán Kermez  ǀǀ  El Universal  ǀǀ  16 de mayo de 2014

Recibí una llamada telefónica de mi oficina cuando me encontraba en el puerto de Veracruz para asistir a la reunión de CITES, que Conabio organizaba en esos días. No daba crédito a lo que oía: en la madrugada de ese día dos encapuchados armados se llevaron a la maestra Julia Carabias, sacándola por la fuerza de la estación Chajul en la Reserva de la Biosfera Montes Azules de la Selva Lacandona, en Chiapas.

Pedí que me repitieran la noticia, porque me resultaba inverosímil y muy alarmante que alguien como Julia hubiese sido sometida a una vejación de esa naturaleza. No es la primera vez que personas que han dedicado esfuerzos a la protección de los recursos naturales hubiesen sido víctimas de ataques arteros en nuestro país y desde luego en otros países. Me queda claro que todos quienes han sido objeto de tales ataques merecen la misma consideración.

Sin embargo, no puedo dejar a un lado el hecho de que Julia Carabias, después de haber iniciado el esfuerzo gubernamental de establecer la primera Secretaría del Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (Semarnap) del país y de haber sentado las bases que han permitido a México avanzar en un poco tiempo de manera ejemplar en este rubro, haya regresado, al término de seis años de gestión, a trabajar en el campo persiguiendo su interés perenne: la conservación de nuestros ecosistemas pero siempre con la mira en el beneficio que el manejo sustentable del capital natural debe representar a la población rural, dueña de gran parte del capital natural de México. El reconocimiento por su desempeño frente a Semarnap no se ha limitado a las fronteras de nuestro país: Julia ha sido invitada en varias ocasiones a dirigir organismos internacionales en el tema, invitaciones que gentilmente ha rechazado porque su interés ha radicado en dedicar su esfuerzo y su conocimiento a ayudar a resolver los problemas ambientales en México.

El flujo de información del personal de Conabio que trabaja en cercana colaboración con ella y su grupo de la ONG Natura y Ecosistemas Mexicanos, a lo largo de angustiosas horas de espera, finalmente trajo la buena noticia de que había sido liberada un par de días después. Fue un gran alivio para todos quienes estábamos al tanto de los eventos. En conversación con ella, una vez en su casa, me corroboró que estaba bien físicamente y que no había sido, dentro de las circunstancias, maltratada. Su entereza y la sobriedad de sus argumentos me confirmaron su valía como mujer de una pieza y gran ser humano.

La amenaza física ha quedado atrás. Ahora queda por delante valorar lo que esto significa para quienes, institucional o personalmente, trabajamos por la utilización racional de nuestro capital natural con el propósito de beneficiar a la población rural que tiene como único recurso patrimonial ese capital. Estamos confrontando problemas sociales reales de la población rural, no resueltos por generaciones, que ahora parecen tomar el camino oscuro del ataque personal. Esos problemas son grandes, pero también lo son los intereses económicos detrás de los hechos.

La solución a esa encrucijada no puede ser el expediente fácil (en el sentido de la peor de las soluciones políticas) de abrir la puerta —por cesiones territoriales— a la pérdida de todo lo que se ha avanzado en México en los esfuerzos de conservación de nuestros ecosistemas, que además de ser patrimonio de sus dueños constituye el capital natural de los mexicanos —de esta y las futuras generaciones— ello siempre con la mira de aprender a usarlos sustentablemente para beneficio económico de sus dueños y social del país.

Difuminar el significado de este tipo de acosos con el argumento de que es una situación generalizada de inseguridad, no sólo es inaceptable sino enormemente peligroso. La afectación al patrimonio personal —o incluso la vida— de los ciudadanos, con todo lo intolerable que es, se circunscribe a lo individual. En cambio la pérdida de la trama ambiental que sostiene la viabilidad de la nación trasciende lo individual. Ceder, en aras de un arreglo político, aunque fuese una mínima parte de nuestros ecosistemas a estas presiones violentas afecta a todos, los mexicanos de ahora y los del futuro. Sería una “victoria” que ni los ganadores pueden disfrutar: la peor de las victorias pírricas para una nación, es caer en la espiral viciosa de pérdida de los recursos y una pobreza irredimible.