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José Sarukhán Kermez ǀǀ El Universal ǀǀ 03 de octubre 2014
No se trata de un sitio de internet para esos preciados ingredientes de las cocinas del mundo; me refiero más bien al papel que han jugado estos componentes de la diversidad biológica en la globalización de nuestro planeta. Hoy pasamos enfrente de los estantes de especias de un supermercado sin darles mayor importancia, y sin pensar en la forma que cambiaron al mundo.
El aprecio por las especias se remonta a milenios. Por ejemplo, Ramsés II fue enterrado en 1224 A.C. con granos de pimienta negra, traída de la India, en cada orificio nasal. Una de las primeras referencias históricas sobre el interés por las especias involucra al rey Ptolomeo VIII y su esposa Cleopatra III, quienes intrigados por la presencia de un náufrago Indio en el Mar Rojo mandaron una expedición para saber si había un paso marino hacia la India, fuente de las preciadas especias; el comercio de especias se hacía por tierra, cruzando la península arábiga controlada por los árabes quienes, junto con los indios, conocían los regímenes de vientos favorables y dominaban la navegación en el Océano Índico para el comercio de especias y otros productos de Oriente, basado en Alejandría.
La capacidad de navegación y el apetito por las especias se retroalimentaron en tal magnitud que hacia el siglo V el comercio por pimienta negra, canela, cardamomo, nuez moscada, jengibre, clavo de olor, etcétera era febril y los flujos de oro y plata pagados en Europa por los condimentos eran enormes. Ello estimuló la exploración independiente por nuevas rutas más cortas y menos sujetas a los intermediarios.
La cartografía y el comercio de especias se estimulaban mutuamente. Así, en busca de especias, se descubrió el nuevo continente, se circunnavegó por primera vez la Tierra y el conocimiento geográfico del Planeta mejoraba año con año y muchos países se embarcaron en proezas de distintos tipos: Malasios, Indonesios, Árabes, Chinos, Portugueses, Españoles, y posteriormente Ingleses y Holandeses.
Pero las especias no viajaban solas. Si bien otros productos como la seda y otros textiles y perfumes completaban el comercio internacional, otros “pasajeros” aprovecharon los viajes y se extendieron enormemente como resultado de la creciente globalización: nuevos inventos, lenguas, estilos artísticos, así como varios problemas mayores: la peste, originaria de Asia central, llegó a Europa en algunos de los navíos que cargaban especias y tuvo, como especie exótica invasora, efectos avasalladores sobre las poblaciones europeas. Igualmente, las religiones usaron el conducto de todas estas exploraciones para conquistar nuevas regiones; quizá el Islam fue la religión que más exitosamente se desperdigó por todo el mundo viejo, desde partes de Europa (como España) hasta el sureste de Asia, pasando por África, India y China. Finalmente, las especias se convirtieron en el siglo XV en las semillas de nuevos imperios —ahora globales— algunos de los cuales durarían hasta el siglo pasado.
La humanidad encara ahora una nueva dependencia de la biodiversidad que utilizamos, ya no sólo para condimentar nuestros alimentos, sino para asegurar los alimentos mismos ante los cambios globales que el desarrollo humano ha generado con el cambio climático, por la pérdida de los ecosistemas, la diversidad biológica que contienen y los numerosos servicios que recibimos de ellos; por la simplificación genética de los cultivos que usamos; por el excesivo uso de insumos químicos y el desperdicio del agua que una parte de esos agrosistemas requieren para funcionar.
Pero la mayor pérdida que hemos sufrido ha ocurrido con la desaparición —en no poca medida causada por la ambición económica de una agroindustria globalizada— de la diversidad genética de los cultivos, producto de la selección bajo domesticación que muchísimos grupos humanos acumularon a lo largo de milenios. El remanente actual de esa enorme diversidad es la fuente más importante e insustituible de adaptación al cambio climático que ya enfrentamos y que supone condiciones imposibles de predecir para la producción de nuestros alimentos. En lugar de repetir la historia de las semillas del colonialismo, debemos aprovechar esa diversidad genética para la seguridad alimentaria de toda la humanidad.