Época de incendios
Época de incendios
Julia Carabias Lillo || Reforma || 20 de marzo 2008
Inician las altas temperaturas y con ello la temporada de incendios se intensifica. Hace 10 años, precisamente un jueves de Semana Santa, como hoy, el Bosque La Primavera, en Guadalajara, el Parque Ecológico Chipinque, en Monterrey, y el Parque Ecológico de la Ciudad de México en el Ajusco se incendiaban. Las tres áreas verdes más importantes, de las tres ciudades más grandes del país. Los mexicanos estábamos atentos a estos acontecimientos y el tema de los incendios se convirtió, como nunca antes, en un tema de interés nacional.
Aquel año de 1998 fue el más caliente del siglo, y los incendios forestales no cedieron sino hasta las primeras lluvias que, por si fuera poco, llegaron con gran retraso. Al final de aquella temporada catastrófica se habían registrado poco más de 14 mil incendios con una superficie afectada de 850 mil hectáreas. Cifras récord, ya que el promedio anual en los últimos 10 años ha sido de cerca de 8 mil incendios afectando una superficie de 224 mil hectáreas.
Este año no está siendo fácil y obliga a redoblar esfuerzos. Desde enero hasta el 13 de marzo se han registrado 2 mil 142 incendios en una superficie de 27 mil 373 hectáreas. Es decir, más del doble de los incendios ocurridos el año pasado durante esta misma temporada. Tan sólo en el estado de México se han presentado 471.
El 97 por ciento de los incendios forestales en México es causado por la gente y el principal factor es el descontrol del uso del fuego en la agricultura y ganadería. El fuego se usa para abrir nuevas tierras de cultivo mediante el sistema llamado roza-tumba-quema (RTQ); para eliminar de las parcelas los restos del cultivo del ciclo anterior, y para estimular el rebrote y crecimiento de los pastos en los potreros o pastizales.
El uso del fuego en los sistemas agropecuarios ha sido una práctica utilizada durante muchos siglos, pero las condiciones han cambiado y la RTQ ha dejado de ser funcional: el minifundismo no permite la rotación de tierras; se han perdido o debilitado el conocimiento tradicional y los mecanismos de normatividad comunitaria y no se siguen los criterios para una quema controlada (quemar en la madrugada, sin viento, abriendo brechas cortafuego, vigilado por un grupo de personas); el fuego se aplica con descuido, muchas veces los propietarios de las tierras contratan jornaleros que, sin interés alguno por los riesgos de las quemas, las realizan de la manera más fácil y rápida y frecuentemente se descontrolan; los programas agropecuarios no han desincentivado el uso del fuego, entre otros factores.
La magnitud de los incendios depende de las condiciones meteorológicas de cada año. Los años secos, con temperaturas altas y vientos fuertes, son años de mayor riesgo. Por ello, el cambio climático, que en México pudiera derivar en temperaturas promedio más altas, puede agravar el riesgo de incendios forestales, con consecuencias catastróficas para los ecosistemas naturales. Además, con esto se profundiza un círculo vicioso, ya que los incendios forestales generan emisiones de bióxido de carbono, que a su vez incrementan el cambio climático. El 14 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero que produce México se debe a la quema de la vegetación, emisiones que pueden evitarse.
Sin duda alguna, 1998 dejó un saldo muy negativo para los ecosistemas de México, pero también dejó lecciones aprendidas, y las capacidades nacionales para enfrentar los incendios mejoraron a partir de entonces. Por ejemplo, se produjo una toma de conciencia súbita en la sociedad sobre el tema; aumentó la participación de las autoridades locales; se definieron prioridades para combatir primero los incendios en las áreas naturales protegidas y las masas forestales; se ha capacitado a miles de combatientes; se incrementó el equipamiento; mejoró la coordinación con el Servicio Meteorológico Nacional; la Comisión Nacional de Conocimiento y Uso de la Biodiversidad instaló un sistema de detección de puntos de calor mediante imágenes de satélite para alerta temprana; la Comisión Nacional Forestal cuenta con un Programa Nacional de Protección Contra Incendios Forestales. Todo ello ha dado lugar a una mayor eficiencia en el combate a los incendios: se detectan, atienden y controlan en tiempos más breves que en el pasado.
No obstante, aún existe un gran retraso en cuanto a la prevención de los incendios. Ésta no es una responsabilidad que deba limitarse a la Semarnat, sino que corresponde a todos los sectores involucrados, como por ejemplo a la Sagarpa para eliminar el uso del fuego agropecuario y a la SCT para dejar de quemar el derecho de vía de las carreteras. Las reglas de operación de los programas de Sagarpa para este año avanzan en esta dirección. Habrá que ver si las nuevas condiciones para recibir apoyos ayudan a disminuir los incendios y las emisiones de gases de efecto invernadero.
Lograr estos objetivos no es un imposible. Contamos con el conocimiento y las tecnologías adecuadas, y lo que se debe hacer es aplicarlas. Los incendios se pueden evitar, pero si no atacamos sus causas de raíz, ante el inminente cambio climático, volveremos a vivir muchas pesadillas como las de 1998.