Medir para evaluar
Medir para evaluar
Julia Carabias Lillo || Reforma || 18 de agosto 2012
Es muy común que la gente pregunte si las políticas ambientales son las correctas y si se está haciendo lo necesario. Según quien pregunte o quien responda, el contexto de la pregunta, el sito o país en donde se formule, será la respuesta. Ambigüedades, juicios, exageraciones, calificativos o descalificaciones suele ser lo que se expresa. ¿Por qué es tan difícil dar respuestas contundentes y creíbles? En parte, claro está, por la complejidad intrínseca de los asuntos medioambientales, imbricados con los económicos y sociales. Pero por otra parte, porque, sociedades y gobiernos, no hemos hecho bien la tarea: falta planificación y establecer metas claras. Lo que no se puede medir no se puede evaluar.
La ausencia de definiciones y compromisos de largo plazo y de metas objetivo concretas dificulta las decisiones del rumbo de las acciones, diluye obligaciones, disminuye las presiones hacia los responsables, imposibilita el seguimiento de los avances, confunde, facilita la demagogia e, incluso, como se dice coloquialmente, "permite nadar de muertito", "torear las broncas" y "evitar las olas". No se asume la responsabilidad de que las cosas no pueden seguir como están; está comprobado que el costo de la inacción es mucho mayor que el costo de la acción.
En temas sociales y económicos existen indicadores muy claros que reflejan avances o retrocesos, y la sociedad reacciona en consecuencia, por ejemplo: el empleo aumenta o disminuye; el PIB crece o decrece; el analfabetismo se abate o asciende; la cobertura de salud se amplía o desciende. Podríamos enumerar muchos otros indicadores, pero el conjunto de éstos sólo puede medir el desarrollo de forma parcial; faltan los que reflejan el desgaste en el capital natural y su vinculación con las políticas económicas y sociales.
A nivel global, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), adoptados por la Asamblea General de la ONU en 2000, tuvieron el propósito de plantear metas objetivo para un periodo de 15 años. Las evaluaciones ponen en evidencia que sólo se cumplirán cabalmente cuatro de ellas y con estas evaluaciones la ONU puede aseverar que el mundo no está haciendo lo suficiente para concretar el desarrollo sustentable.
La Cumbre de Río+20, de junio pasado, reconoció la importancia y la utilidad de adoptar un conjunto de objetivos de desarrollo sustentable, más allá de los ODM, que incorporen las dimensiones social, ambiental y económica y sus interrelaciones, orientados a la acción, concisos y fáciles de comunicar, limitados en su número y al mismo tiempo ambiciosos. Para ello estableció un proceso intergubernamental cuyo resultado será sometido a la Asamblea General.
México no puede eludir esta responsabilidad, no sólo por el compromiso multilateral, sino fundamentalmente por la importancia que tiene para el desarrollo nacional. La próxima administración debe elaborar, de manera consensuada, una estrategia de desarrollo sustentable con metas de largo plazo, acciones para lograrlas, compromisos para el sexenio e indicadores cuantificables que permitan evaluar el desempeño.
Hay camino andado. Por ejemplo, la reciente Ley General de Cambio Climático plantea: "El país asume el objetivo indicativo o meta aspiracional de reducir al año 2020 un treinta por ciento de emisiones con respecto a la línea de base; así como un cincuenta por ciento de reducción de emisiones al 2050 en relación con las emitidas en el año 2000", y el Programa Especial de Cambio Climático define acciones muy puntuales de cómo lograrlo. Habrá que concretar las correspondientes para el periodo 2013-2018. En materia de agua se cuenta con la agenda 2030, y en el tema forestal con el Plan Estratégico Forestal para México.
Sin embargo, quedan por definir las respectivas metas aspiracionales en muchos otros temas, por ejemplo, las relacionadas con la protección y uso sustentable de la biodiversidad; el desarrollo marino, costero y pesquero; el ordenamiento territorial; la producción y manejo de las sustancias químicas y de desechos sólidos; el desarrollo urbano; la industria limpia; la producción de alimentos sanos para la salud humana y para el medio ambiente; la energía limpia y segura para todos, entre muchas otras.
Además, es indispensable comprometer la ruta concreta que, rumbo a esas metas de largo plazo, recorrerá la siguiente administración. Se necesitan indicadores precisos, medibles y evaluables que reflejen exactamente si el deterioro ambiental se revierte, la pobreza se erradica, las desigualdades sociales disminuyen y el bienestar social crece. No permitamos que la política hacia la sustentabilidad del desarrollo se parezca al diálogo sostenido entre Alicia y el Gato en el País de la Maravillas: "-Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí? -Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar -dijo el Gato. No me importa mucho el sitio -dijo Alicia. Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes- dijo el Gato".
Fuente: Hemeroteca