Real expedición botánica

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Real expedición botánica

Julia Carabias Lillo  ||  Reforma  ||  06 de agosto 2011

La Real Expedición Botánica a Nueva España, ordenada por el rey Carlos III en 1786, marca el inicio de las colectas científicas de la biodiversidad mexicana. Durante muchos siglos la información recabada en esta expedición permaneció olvidada y dispersa. Hoy, gracias a la monumental publicación que produjo la UNAM en coedición con el Colegio de Sinaloa, podemos conocer este invaluable cúmulo de información.

Los antecedentes del conocimiento recopilado sobre la flora de la Nueva España provenían del Códice de la Cruz-Badiano, del Códice Florentino y de la obra titulada Historia natural de la Nueva España de Francisco Hernández, realizadas en el siglo XVI. Sin embargo, debido a que aún no se había desarrollado el sistema de clasificación científica ni un sistema de nomenclatura universal, las plantas de estas obras fueron mencionadas por sus nombres locales, generalmente en náhuatl, por lo que su reconocimiento, fuera de la localidad, era muy complicado.

Los objetivos de la Real Expedición Botánica a Nueva España, después de dos siglos de oscurantismo, fueron inventariar e ilustrar la flora de esta colonia, determinar la colecta con el sistema de clasificación propuesto por Carlos Linneo en 1753, buscar sus potenciales aplicaciones terapéuticas y constituir el Jardín Botánico con su cátedra. Para esta misión el rey nombró en 1787 al médico y botánico Martín de Sessé y Lacasta, quien a su vez invitó a dos jóvenes artistas mexicanos de la Real Academia de San Carlos para ilustrar los ejemplares colectados: Anastasio Echeverría y Godoy y Juan de Dios Vicente de la Cerda. La Real Expedición abarcó desde las costas de Canadá hasta el mar Caribe y por tierra desde León, Nicaragua, hasta California en Estados Unidos.

En la tercera excursión, en 1790, se incorporó el botánico mexicano José Mariano Mociño, científico moderno que formaba parte de los ilustrados criollos y apoyaba las teorías filosóficas contemporáneas. Es considerado el más grande naturalista americano de la época colonial. En sus recorridos tuvo la oportunidad de presenciar la erupción del volcán Jorullo en Michoacán y del San Martín en Veracruz. El trabajo de Mociño fue de tan reconocida calidad que a la Real Expedición se le conoce con el nombre de Sessé-Mociño.

Esta expedición está considerada como una de las tres más destacadas de la época para conocer la biodiversidad de la Nueva España; las otras son la de Alejandro Malaspina (1789-1794) y la de Alexander von Humboldt (1803-1804). Lamentablemente, no corrió la misma suerte que esta última debido a que la obra de Humboldt fue publicada inmediatamente y la de Sessé-Mociño quedó por muchas décadas olvidada.  Las ilustraciones, calificadas en su momento como las mejores de la historia de la ilustración biológica, fueron enviadas por Sessé, junto con los especímenes colectados, al Jardín Botánico de Madrid desde el inicio de la expedición hasta su término en 1803. Sessé regresó a España acompañado de Mociño para analizar los más de 20 mil ejemplares de 3 mil 500 especies colectadas. Aunque el énfasis estuvo puesto en la flora, también se incluyeron muchas especies de fauna.

Dos acontecimientos cambiaron el curso de un desenlace exitoso de los resultados de la expedición: la pronta muerte de Sessé -quedando Mociño al frente de la colección- y el destierro de Mociño a Francia. José Bonaparte había nombrado a Mociño director de la Real Academia de Medicina, colaboración por la que, al término de la ocupación napoleónica, fue a prisión y luego al exilio. Mociño, con manuscritos y láminas, partió a Montpellier, en donde trabajó con Agustín Pyramus de Candolle, uno de los botánicos más reconocidos de la historia, quien quedó maravillado del valor del material. Cuando Mociño pudo regresar a España en 1817, De Candolle pidió a 120 artistas copiar centenas de láminas en unos cuantos días.

A la muerte de Mociño, en 1820, los manuscritos e ilustraciones quedaron en manos de la familia de su médico y, posteriormente, en las de una familia de apellido Torner, quien los resguardó durante la guerra civil española. Después de un largo rastreo de este material, y de más de 160 años de olvido, en 1981 lo adquirió el Instituto Hunt, de la Universidad Carnegie Mellon, de Estados Unidos, volviendo a quedar accesible para la ciencia.

Ahora, esta obra, de gran belleza e importancia, es dada a conocer al público mediante los 12 volúmenes que cuidadosamente preparó la UNAM, con la participación de decenas de especialistas, y que edita siglo XXI con la impecable reproducción de las láminas de lo que constituyen las primeras ilustraciones de cerca de mil 700 especies de flora y fauna mexicanas.

Sería formidable que la aparición de esta obra reviviera el ánimo de investigadores y estudiantes para continuar con la incansable tarea de quienes se han dedicado a descubrir y describir la biodiversidad mexicana, tarea que, no obstante su gran importancia, ha contado con muy poco apoyo económico en las últimas décadas en nuestro país.

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