Servicios ambientales
Servicios ambientales
Julia Carabias Lillo || Reforma || 25 de junio 2011
El concepto de servicios ambientales o servicios ecosistémicos surge de la ciencia de la ecología y, en los últimos años, se incorporó al lenguaje popular tanto en México como en el mundo. Resulta sorprendente experimentar los procesos de apropiación social de conceptos técnicos tan complejos y especializados. Por lo general, son situaciones coyunturales las que favorecen su inserción en dicho lenguaje. Por ejemplo, la crisis económica de finales de los setenta y principios de los ochenta obligó a los mexicanos a entender y padecer, súbitamente, el significado de la devaluación de la moneda, de la inflación económica y de la volatilidad de los mercados. Asimismo, la crisis ambiental ha hecho que el término de servicios ambientales se convierta en un concepto utilizado por ciudadanos, campesinos e indígenas, sobre todo, en el caso de México, desde que la Comisión Nacional Forestal lo incluyó como un componente del programa ProÁrbol.
Pero, ¿qué son los servicios ambientales o ecosistémicos? Un ecosistema es el conjunto de comunidades vivas (elementos bióticos como plantas, animales, hongos, bacterias y protistas) y elementos no vivos (elementos abióticos como rocas, sales minerales, agua, suelo) que se encuentran en un lugar determinado. Todos estos elementos interactúan entre sí generando movimientos de materia y energía, lo que constituye el funcionamiento del ecosistema.
Las sociedades humanas se benefician de las funciones de estos ecosistemas, directa o indirectamente, y es precisamente a estos beneficios a los que se les llama servicios ambientales o servicios ecosistémicos. Dependiendo del tipo de servicio se les nombra de distintas maneras. A los elementos del ecosistema que pueden ser extraídos y utilizados como alimento, madera, fibras o medicinas se les denomina servicios de aprovisionamiento o suministro; a las funciones que purifican el aire, filtran el agua, polinizan los cultivos o regulan los ciclos hidrológicos se les conoce como servicios de regulación; a los que forman suelo, reciclan nutrientes o producen biomasa, se les llama servicios de soporte y, por último, los que proporcionan bienestar espiritual o cultural como son los espacios de recreación, la belleza escénica o los elementos naturales religiosos, son los servicios culturales.
Los servicios ambientales son la base natural para la sobrevivencia y el desarrollo de la humanidad y, además, todos son interdependientes. Sin embargo, las sociedades dan por hecho que simplemente existen y no los valoran. Más aún, impera la creencia insensata de que perdurarán siempre sin importar la forma de la intervención humana. No hay conciencia de su fragilidad hasta que, por el daño provocado en la naturaleza, se eliminan los servicios y entonces se agotan los recursos naturales, se extinguen las especies, cambia el clima, se degrada el suelo y se contamina el agua, impactando directamente a la producción de alimentos y a la salud pública o sufriendo afectaciones por fenómenos meteorológicos como inundaciones, deslaves, erosión, incendios, entre muchos otros daños que, al final del camino, frenarán el desarrollo y degradarán el bienestar social y el ambiente natural.
Si queremos contar con los servicios ambientales de forma permanente es condición sine qua non mantener los componentes de los ecosistemas y no rebasar los límites naturales para su correcto funcionamiento. La transformación de un ecosistema con el fin de obtener un beneficio -como la tala de un bosque para producir cultivos agropecuarios- implica una transacción. Por un lado se obtienen algunos beneficios -la producción de alimentos-, pero a su vez se pierden otros, por ejemplo, la filtración de agua, la producción de oxígeno, la captura de carbono, las materias primas. Cuando estas transacciones se han valorado, su resultado ha sido negativo.
Tradicionalmente, la economía no ha sido capaz de valorar los servicios ambientales más allá de las materias primas que circulan en los mercados. Se han implementado algunos instrumentos como "el que contamina paga", el pago diferenciado de agua y energía según el consumo, el cobro de derechos por descargas de aguas residuales, la certificación de productos orgánicos o sustentables y, recientemente, la creación de mercados de carbono o de pago por servicios ambientales hidrológicos y de biodiversidad. La falta de valoración de los servicios ambientales y, en particular, la falta de retribución económica a los dueños de la tierra, poseedores de los ecosistemas naturales, ya sea para conservar los ecosistemas o para usarlos de manera sustentable, incrementa el deterioro ambiental y reproduce la pobreza.
La acción pública no ha logrado identificar ni establecer los mecanismos institucionales que garanticen la conservación y la adecuada valorización de la biodiversidad y sus servicios ambientales. La economía y los mercados tienen mucho que desarrollar todavía, conceptualmente y de manera práctica.