Basura y pesca (o ¿qué tanto es tantito?)
Basura y pesca (o ¿qué tanto es tantito?)
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Viernes 12 de agosto, 2016
El mar es enorme, casi tanto como este lugar común. Al estar navegando por sus aguas, es fácil percibirse en soledad, “sentirse pequeño”; y pensar, en consecuencia, que lo que uno hace es insignificante, o lo que es peor, que nadie nos verá hacerlo, de modo que no hay vergüenza, ni culpa, ni asomo de conciencia.
Hay en Yucatán cerca de 10 mil embarcaciones pesqueras “ribereñas”, lanchas de alrededor de veinticinco pies de eslora, con motores fuera de borda, frecuentemente de dos tiempos (son relativamente pocas las embarcaciones que han migrado a los mal llamados “motores ecológicos” de cuatro tiempos).
A esto hay que añadir que muchas de ellas se dedican, al menos durante parte del año a actividades relacionadas con el buceo, y esto significa que llevan a bordo compresores rudimentarios, que también operan con motores de dos tiempos. Usan entonces cantidades muy considerables de aceite para lubricar sus máquinas.
Los pescadores ribereños trabajan duro, durísimo, en condiciones rudas, sujetos a riesgos constantes y potencialmente fatales.
Llevan consigo algo que comer, y alguna bebida (agua, desde luego, pero frecuentemente refrescos embotellados), y con esto se ayudan a sostener sus esfuerzos durante jornadas prolongadas y desgastantes, sin garantías de obtener a cambio recompensas suficientes y seguras. Cuando se termina un litro de aceite, o se consume un refresco, se acaba alguna comida preparada, o una “botana” en bolsa, de las que usual y urbanamente calificamos de “chatarra”, o cuando se acaba un litro de cloro, o deja de usarse como embudo improvisado una botella de refresco, nada más “natural” que tirarlo por la borda: al fin que el mar es enorme. ¿Lo es de veras, o no vemos más allá de nuestras narices?
Pensemos en esto mientras recorremos por la playa nuestros ocios de temporada: sin darnos clara cuenta de ello, hemos construido una sociedad que, paradójicamente, utiliza los materiales más duraderos que ha inventado, para elaborar los artículos más efímeros que considera requerir. Envasamos aceites, cloro y solventes diversos en botellas de plástico, refrescos en recipiente de PET, y “alimentos” en bolsas de polietileno, y cuando se trata de trasladar comidas preparadas, lo hacemos en cajitas de poliuretano.
Consumimos los contenidos, y tiramos los envases, que se quedan entre nosotros… ¿para siempre? Este breve párrafo equivale a unos cuantos pasos por una playa yucateca, no precisamente dedicada al turismo: la mayor parte de los objetos que recalan en el litoral proviene de embarcaciones con motores fuera de borda. Quienes las tripulan miran a su alrededor, contemplan un mar que parece infinito, y sin pensarlo más, arrojan los residuos de su actividad en aguas que parecen admitirlo todo.
Las consecuencias aparecen pronto en la arena, y ahí quedan, para que de cuando en cuando, los hijos de los pescadores, en esporádicas campañas de “educación ambiental” las recojan. Dudo mucho que estos efímeros esfuerzos educativos resulten en un cambio de actitud. Temo que el mar nos seguirá pareciendo enorme, que estamos solos en él, y que lo que hagamos no tendrá mayores efectos.
roblesdeb1@hotmail.com
Mérida, Yucatán
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/2016-08-12/Plasticos-en-el-mar
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