Asturias verde de monte, y negra de minerales
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 29 de agosto, 2023
En la época de la ebullición global, ¿serán más constantes los incendios masivos?
Cada vez que tengo el privilegio de pisar de nuevo el suelo asturiano, me enamoro un poco más de esta tierra, no solamente por la singular alegría asturiana, que ríe y festeja aún entre el orvallo y la neblina, y trata a propios y extraños con una calidez incomparable, sino por la tierra misma, desde los agrestes picos de Europa, y los bosques y serranías que ocultaron y protegieron a Pelayo y sus huestes, y les permitieron impedir la expansión del imperio Andalusí hasta las playas y riscos que plantan cara al Cantábrico.
Esta vez me tocó encontrarme con una nota triste: ardieron unas treinta y seis mil hectáreas de bosques asturianos. Eso fue hace ya algunos meses, pero quedan aún las cicatrices de la catástrofe: troncos ennegrecidos, tocones quemados, y grandes superficies cubiertas por helechos, que por lo visto ahí son también indicadores del impacto generado por el fuego, igual que en nuestras selvas mexicanas.
Hablar de estos incendios cuando ya nos son noticia inmediata, en un momento en que los medios electrónicos, y las “benditas redes sociales”, nos han acostumbrado a que solamente lo inmediato es digno de atención, y la memoria tiende a hacerse cada vez más efímera, quizá merezca alguna explicación. Habré de empezar diciendo que, como suele suceder cuando se habla de incendios forestales, queda la sospecha – rara vez probada a satisfacción – de que la mayor parte de ellos ha sido provocada por alguna acción humana, ya sea imprudencial, o francamente dolosa.
Habrá que ver entonces lo que hay detrás de las treinta mil y tantes hectáreas, y aquí hay mares enteros de especulación que explorar. Ahí esta el esfuerzo dedicado desde hace décadas a la reforestación de los bosques asturianos con eucaliptos, una especie de origen australiano que conocemos por alelopática (esto es, que secreta al entrono aceites esenciales que impiden la germinación de las semillas de muchas especies locales), mala para retener y generar suelo, y gran demandante de agua, con una medara que cualquier minero seba – y mire usted que en Asturias hay, o hubo mineros – sirve para poca cosa más que para obtener pulpa para hacer papel. ¿Será que las papeleras de Gijón, o de Navia, han promovido deliberadamente emplear eucaliptos como plantaciones forestales que solamente servirán a sus intereses?
Por otra parte, ¿qué pensar de las decenas de camiones que bajan de la sierra cargados de madera de los quemadales? En algunas comunidades afectadas pro los incendios, la autoridad local advirtió que quedaría prohibido comercia con la madera de los árboles quemados. Esta decisión resultaba discutible, dado que esos árboles, ya muertos, quedarían en calidad de combustible para alimentar futuros incendios, y profundizar y agravar el impacto; pero es comprensible si se considera la avidez y la velocidad con que aparecieron comerciantes de madera dispuestos a ofrecer a los dueños de los bosques algún dinero para extraer la madera, para después venderla a aserraderos, o a la industria que la requiriese.
Y qué decir de la ambición que desata la creciente actividad turística, y la búsqueda de casas de veraneo por parte de los sectores más privilegiados de la población urbana, que puede ser un aliciente para generar artificialmente condiciones que hagan viable el cambio de uso del suelo, de forestal a urbano, con vocación de vivienda.
Mentiría si dijera que en estas líneas hay algo más que especulación, pero estoy convencido de que son hipótesis que bien merecerían una indagatoria seria y a profundidad. El deterioro de los bosques – en Asturias y en cualquier otro rincón del planeta – conlleva una responsabilidad seria, para quienes lo ocasionan, y para la autoridad, que debía destinar esfuerzos eficaces a evitarlo, o a restaurar la salud y la diversidad forestal impactada. Esta responsabilidad es siempre vital; pero se convierte en un reclamo imperioso cuando nos encontramos sumidos en una crisis climática de dimensiones globales.
El secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha dicho recientemente que hemos pasado de la era del calentamiento global, a la de la ebullición global. Uno podría decir que el señor Guterres tiene un gran sentido de lo dramático. Quienes así lo piensen, seguramente tendrán encendido su aparato de clima artificial, y pensarán que las olas de calor que ven en sus pantallas planas son solamente noticias pasajeras, que podrán olvidarse con los encabezados de mañana. Pero el calor extremo, y la escasez de lluvia, son condiciones reales, de todos los días, en buena parte de la superficie del planeta, y son ya mucho más que un asunto de percepción de ambientalistas y otros “profetas del desastre”.
Los incendios forestales de Asturias… y los de México, y Canadá, y California, y muchos otros que no alcanzan a iluminar los noticieros, están relacionados con la emergencia climática en que estamos inmersos todos, y nos deberían convocar para restaurar los daños que provocan, y reducir así la velocidad con que incrementa la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Peor también nos tendrían que convocar a determinar cuales son las causas y quiénes los causantes de los incendios, para impedir que continúen proliferando un año sí y otro también. Me despido convencido de que, si leemos Yucatán, o Campeche, o Quintana Roo, donde dice Asturias, lo dicho en estas cuartillas es igualmente válido, y esta convicción me lleva a proponer que estas provincias, y otras para las que los bosques son corazón y fuente de vida, debieran generar líneas solidarias de acción para restaurarlos y conservarlos.
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/219887/asturias-verde-de-monte-y-negra-de-minerales
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