Cambio climático y pudor científico
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 04 de julio, 2023
Todo aserto, toda narrativa, es objeto de cuestionamiento
Antes de entrar en materia, debo insertar unas líneas para pedir una disculpa al Dr. Lorenzo Meyer, por haber confundido su nombre, y haberlo citado como Sergio Meyer. Debo decir, además, en mi descargo, que fue una confusión comprensible, y debida al respeto y admiración que le tengo a él y a quien fuera su compañero en el Colegio de México, el también Dr. Sergio Aguayo. Me acostumbré durante años a escucharlos juntos, como un dueto armónico, pero al parecer la 4T los ha ido distanciando, al menos en lo que corresponde a sus opiniones. Me encantará verlos unir de nuevo sus voces. Dicho lo anterior, lo que sigue es lo que quiero compartirles hoy:
Quienes hemos sido formados en alguna de las ciencias duras (o no tan duras, como la biología), solemos parecer arrogantes y soberbios, y nos cuesta un enorme trabajo comunicar lo que pensamos, sin que se piense que somos unos pedantes presuntuosos, incapaces de reconocer el saber del otro, y empeñados en enmendarle la plana al mundo, con muy poco éxito, porque ocultamos nuestras ideas tras una cortina de humo de términos oscuros, giros y palabras rebuscados, o lo que resulta aún más desconcertante, expresiones matemáticas. No es sorprendente que se asuma que estamos voluntariamente encerrados en una torre de marfil inaccesible, desde donde pretendemos ejercer un poder basado en fórmulas mágicas e incomprensibles. En buena medida, esta situación nace de una suerte de inseguridad: los métodos científicos implican una gran fragilidad, ya que todo aserto, toda narrativa, es objeto de cuestionamiento, de puesta en duda, y esa duda dará lugar a nuevas preguntas, que irán construyendo nuevas narrativas, que serán también puestas en cuestión, y así en el proceso interminable de la construcción del saber.
Paradójicamente, ahora se suele decirnos que las decisiones en materia de política pública se toman con base en “la mejor ciencia disponible”, como si ese conocimiento fuese el alimento común en los círculos donde se construyen esas decisiones, y se convierten en acción supuestamente dirigida a dotar de bienestar, seguridad, educación, salud, trabajo y abrigo a los gobernados. Resulta paradójico, porque lo cierto es que la comunicación entre quienes construyen las narrativas de la ciencia, y quienes pretenden basar en ellas sus decisiones, y justificar con base en ellas sus acciones, es más bien difícil, cuando no nula. Por una parte, la llamada “clase política” no suele hacer mucho caso de lo que se dice o publica en los pasillos de academia, en las revistas científicas, o en los libros serios – que los hay – de divulgación de las ciencias y, por otra, los científicos no son demasiado propensos a compartir con los políticos versiones inteligibles de sus hipótesis, diagnósticos, conclusiones, discusiones o propuestas de acción.
Quizá un tanto hartos de encontrarse con que, si sus predicciones no resultan infalibles, certeras o inmediatas, se les acusa de mentirosos, farsantes, engañabobos, o agoreros, entre otras lindezas; o bien, hartos de que se les considere oscuros representantes de intereses nefastos, porque parecen contradecir o poner en duda el “sentido común”, la opinión tradicional y el prejuicio costumbrista; o porque en la comunicación entre los científicos y la sociedad permanecen todavía miedos originados en la historia de las ciencias, como las persecuciones a Bacon o a Galileo, o la ridiculización de Darwin, pongo por casos; el punto es que parece ser que los científicos han ido desarrollando un hondo pudor, que hace que sus posiciones, recomendaciones o propuestas, nos suenen siempre un tanto timoratas y poco comprometidas.
Este pudor resulta hoy particularmente notorio en el caso del cambio climático global. En un escenario social en el que abundan quienes niegan que exista un proceso de alcance global como el cambio en el clima, generado por las actividades humanas y donde, en el otro extremo, se atribuye al cambio climático cualquier cosa que acontece, la voz de los científicos calificados apenas si se oye entre el barullo. Mientras se recorta el gasto público destinado a la adaptación ante el cambio climático, a pesar de que se sabe cada vez mejor qué costos implica y mientras los medios y las empresas usan al cambio climático como un recurso publicitario más para convencernos de que necesitamos adquirir tales o cuales productos, cuando a alguien se le ocurre recurrir a la opinión de un investigador, y le pregunta en entrevista, por ejemplo, si la actual ola de calor es consecuencia del cambio climático, el entrevistado titubea y carraspea, y busca la respuesta razonable y ponderada, y acaba diciendo algo así como: “Bueno, no podemos decir precisamente que esta ola de calor en particular sea una consecuencia directa e inmediata del cambio climático; lo que sí podemos afirmar es que hay tendencias que parecen indicar un aumento en las temperaturas máximas, en relación con los registros de la era preindustrial”.
Quien escucha esta respuesta reacciona con azoro, por decir lo menos, pero no se siente invitado a modificar su posición ante la crisis climática, ni encuentra alguna luz en cuanto a qué debe hacer, como individuo preocupado, frente a un fenómeno que parece rebasarlo en tiempo, espacio y modo. Creo que, incluso por un criterio precautorio, los científicos debieran asumir la responsabilidad de decir al resto de los actores sociales que sí, que no cabe duda de que todos los eventos meteorológicos que vivimos día a día están relacionados con el cambio climático global y antropogenerado, y que tendríamos que estar pensando en usar menos el auto, comer menos carne, plantar árboles, y sobre todo, presionar a nuestros representantes y gobernantes para que destinen recursos a mitigar las causas que contribuyen al calentamiento del planeta y a encontrar formas que nos permitan adaptarnos a él.
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/217339/cambio-climatico-y-pudor-cientifico
No Comment