Corredores biológicos: una nueva oportunidad
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 22 de octubre, 2024
La iniciativa, a cargo de la Conabio, puede resultar beneficiada de la nueva administración
La idea de establecer corredores biológicos como herramientas para conectar entre sí áreas destinadas a la conservación de ecosistemas, especies o servicios ambientales no es particularmente nueva. Surgió a fines de la década de los ochenta, el siglo pasado, con la propuesta de lo que entonces se llamó el Paseo Pantera, y después se fue transformando en una idea técnicamente más sólida para conformar lo que se ha conocido como el Corredor Biológico Mesoamericano. Nuestro país siempre fue parte del desarrollo de esta propuesta, pero su puesta en práctica ha sido una historia de trompicones, titubeos, avances y retrocesos que no ha permitido ni su arraigo definitivo como un instrumento poderoso para instrumentar una política pública de conservación y manejo productivo del patrimonio natural de la nación, ni la posibilidad de que las comunidades que habitan su ámbito de influencia se apropien cabalmente del concepto y lo conviertan en una demanda legítima, capaz de colocarlas en calidad de protagonistas de un nuevo paradigma de desarrollo, más sustentable y acorde con las exigencias del ambiente.
La participación mexicana en el seno del corredor biológico mesoamericano ha estado conducida por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). Dejemos a un lado por ahora las controversias, acerca de si esa comisión debía o no ocuparse de una tarea que tiene un fuerte componente social y económico, que podría distraerla de su misión medular; es decir, el conocimiento de la biodiversidad base de la riqueza biológica de México. La ubicación del corredor en la Conabio es comprensible si se parte de la capacidad de transversalización de una agencia gubernamental que depende de la conducción de un consejo intersecretarial, donde concurren diversas visiones sectoriales en un organismo capaz de generar consensos consistentes, y de concitar recursos, capacidades y atribuciones alrededor de un propósito común.
Tampoco entraré en esta ocasión en la discusión acerca de si la Conabio debe o no permanecer como un órgano dotado de autonomía programática y presupuestaria, sujeto a la conducción de un cuerpo colegiado interinstitucional. Ya en otras ocasiones he expresado mi posición al respecto, y además estoy convencido de que la secretaria Bárcena conoce el caso a profundidad y sabrá tomar la mejor decisión a la luz de las circunstancias actuales. Donde quiero centrar la atención a lo largo de estas líneas es en lo que considero una oportunidad de oro para dar nueva vitalidad al corredor biológico mesoamericano en México, en el marco de lo que creo que puede resultar positivo de la construcción del segundo piso de la cuarta transformación. Claro está, entiendo que mi concepción de lo que esto podría significar puede resultar muy diferente de lo que perciben quienes conducen el proceso, y desde luego puede resultar inaceptable para quienes se oponen a él sin matices y negando toda capacidad de diálogo.
El concepto del corredor biológico parte de la premisa de que el paisaje es un constructo humano (y, por tanto, cultural, económico y político). Dicho de otra manera, el paisaje es el medio ambiente humanizado; y la construcción de un paisaje que sea sustentable en el sentido más riguroso del término, debe dar cabida a la conservación de los ecosistemas, los servicios ambientales que proveen a la sociedad, y las especies que los habitan, en toda su diversidad. El estado mexicano, actuando en los términos establecidos en el marco jurídico vigente, sin la necesidad de promover grandes reformas y someterlas a controversias tormentosas, como se está haciendo costumbre, cuanta con las herramientas necesarias para encarar este reto.
Aunque todavía merece la pena hacer un análisis de vacíos en materia de conservación, las áreas protegidas que pueden constituir los puntos focales de un corredor ya se han creado, y algunas de ellas incluso operan con eficacia. La idea consistirá entonces en determinar por donde correrán conectores entre una y otra, que puedan garantizar el intercambio de especies y material genético entre ellas, sin comprometer la capacidad productiva del territorio involucrado; es más, potencialmente incrementándola, con la participación de las comunidades que habitan el área, mayoritariamente campesinas y frecuentemente formadas por pueblos originarios y afrodescendientes.
En cierta forma, el corredor biológico no es más que una decisión política, de aplicar en una porción del territorio, determinada por su ubicación con respecto a los instrumentos convencionales de conservación, políticas públicas e instrumentos de gestión que permitan que esa porción del territorio sea además un área de salvaguarda de la biodiversidad nacional. La caja de herramientas para lograrlo ya está en manos de las autoridades ambientales federales, y cuanta con un sólido sustento jurídico. No hace falta más que voluntad política y – desde luego – presupuesto, o la capacidad para atraer los recursos necesarios, ya sea del sector privado, o de las organizaciones no gubernamentales locales, nacionales o extranjeras comprometidas con la conservación y las acciones de adaptación al cambio climático.
La brevedad del espacio disponible me obliga a mencionar solamente las herramientas más destacadas con que actualmente cuenta la caja, además por supuesto de las áreas protegidas con sus instrumentos de subsidio. Ahí están las UMA, y su capacidad para convertir partes relevantes de la biodiversidad en recursos social y económicamente relevantes, conservando las condiciones del hábitat que permiten su existencia; la estrategia REDD+ del sector forestal, con el potencial de convertir los bosques nacionales en armas que contribuyen a abatir las emisiones de gases de invernadero a la atmósfera, sin que se reduzca su capacidad de producción; e incluso un programa como Sembrando Vida, que suele generar un gran escepticismo, pero que merece la pena evaluar y reorientar, porque se le puede convertir en un instrumento potente para apuntalar el ofrecimiento de restauración ambiental propuesto por la Dra. Alicia Bárcena, sin perder su condición de mecanismo que promueve el arraigo en las comunidades campesinas y, de operar consistente y eficazmente, contribuir a reducir la pobreza rural. Con éstas y otras herramientas (como acuacultura, economía circular, apoyos a la agricultura tradicional, y certificación de productos agropecuarios amigables con el entorno) la construcción del corredor biológico puede resultar un pilar poderoso de la política ambiental. Creo que tanto la titular, como el nuevo comisionado de la Conanp, lo entenderán así.
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/238290/corredores-biologicos-una-nueva-oportunidad-conabio-mexico-ecologia-conservacion
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