De hoteles, trenes y áreas protegidas
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 04 de abril, 2023
Hace unos días, navegando por las rutas del Facebook, me encontré con una nota emitida por Enrique Rodríguez Córdoba, invitado a una reunión del consejo asesor de la Reserva de la Biosfera de Calakmul que, de ser veraz – y no tengo motivo alguno para dudar que los sea – resulta cuando menos, preocupante. En su breve “post” relataba haber sido invitado a una reunión del consejo asesor de la reserva, en la que les anunciaron que se construiría un nuevo hotel de lujo en Calakmul, en un área que estaría cerrada al público hasta seis meses después de esa reunión, que esa obra contaba ya con un “permiso de carácter confidencial” de la Semarnat (hasta donde entiendo, este tipo de permisos ni existe ni debe existir), y que entregarían, también pasados esos seis meses, un manifiesto de impacto ambiental y una solicitud de cambio de uso del suelo.
Que haya hoteles en las áreas naturales protegidas es en principio una buena idea. Parte de los propósitos de proteger un área es precisamente el de ponerla a disposición de todas las personas para el goce y la contemplación, y para el conocimiento de la naturaleza, y esto sería un objetivo imposible de cumplir, de no contarse con sitios de hospedaje dignos, y adecuados a las características y los rasgos fisiográficos del área de que se trate. Pero, precisamente por tratarse de sitios destinados a la conservación de ecosistemas, especies y servicios ambientales, la construcción de la infraestructura apropiada para recibir visitantes debe ser escrupulosamente cautelosa y, como la conservación del patrimonio natural es un asunto de interés público, toda infraestructura construida en el área, para cualquier propósito, debe llevarse a cabo con la participación del público interesado, desde las primeras fases de selección de su ubicación y la concepción de su diseño.
Lo que no es una buena idea es haber otorgado un permiso para construir infraestructura en un área natural protegida, sin que medie antes una autorización de cambio de uso del suelo, ni se haya dictaminado un manifiesto de impacto ambiental, ni se haya consultado a la autoridad responsable de la reserva, ni a su consejo asesor. Sé que las opiniones que emite la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas en materia de impacto ambiental no resultan vinculantes, lo que constituye una de las muchas debilidades de ese organismo, ya que la autoridad ambiental suele ignorarlas sin mediar explicación, pero es peor aún el hecho de que se pretenda que el manifiesto de impacto ambiental de la obra propuesta se emita y se ponga a disposición de la consulta pública después de que se ha iniciado la obra, lo que convierte al procedimiento de evaluación del impacto ambiental, que debiera tener un carácter eminentemente precautorio, en un mero trámite sin sentido, violando la letra y el espíritu de la normatividad ambiental.
Desde luego, es imposible pensar que la construcción de este hotel no tiene relación alguna con el tren maya, que pasará por la Reserva de la Biosfera de Calakmul. Como todo lo que sucede alrededor de este megaproyecto de desarrollo para la región sureste del país, este hotel acaba por ser no más que un nuevo pegote a un proyecto que nunca ha sido posible analizar de manera integral, porque seguramente nunca ha existido como un proyecto integral. Sirva esto como botón de muestra, o si se quiere, como evidencia, de que el tren maya y los proyectos de desarrollo turístico, industrial, comercial y urbano que lo acompañan sin remedio, han nacido torcidos, y lo seguirán estando, de continuar este estado de cosas. Un proyecto sin proyecto, que se brinca las trancas de todo criterio precautorio ambiental en aras de una misteriosa concepción de la seguridad nacional, que se ejecuta por fragmentos, para el que parece no haber claridad en cuanto a las obras que requerirá en el futuro, que se consideran positivas por el simple hecho de ser inversión pública, como si eso fuera una magia de bondad, que se salta a la torera todo somo de consulta pública para obtener un consentimiento previo e informado, y lo sustituye por asambleas parciales que manifiestan su respaldo a mano alzada, un proyecto así no puede, bajo ningún punto de vista moderadamente objetivo, garantizar algo parecido a la sustentabilidad.
No me cansaré de decir que, a estas alturas del proyecto, el mejor escenario posible es que se termine, y que funcione de la mejor manera posible. Sin embargo, esto deja de ser cierto cuando, un día sí y otro también, se añaden a la obra propuestas caprichosas, a medio concebir, y sin tener consideración alguna por su sustentabilidad ambiental y económica, su idoneidad cultural, y sus impactos, no solamente en los recursos naturales, sino en la demografía regional, las condiciones económicas que enfrentarán las comunidades en su área de influencia, y los impactos que seguramente se generarán sobre un tejido social de por sí ya frágil, tras siglos de marginación y abandono. Este estilo de desarrollo que parece acompañar a la autodenominada cuarta transformación, y que se puede calificar como el modelo de desarrollo “aplanadora”, parte de la ocurrencia, asume que el gran timonel conoce el rumbo que debe seguir cada rincón de los paisajes nacionales, desprecia toda aproximación a la planeación, supone que ya después habrá oportunidad de alzar el tiradero y corregir el desastre, y desprecia cualquier voz que demande cautela, paciencia, mesura, y respeto al marco normativo y al saber de los otros. Es a mi juicio una receta infalible para el desastre ambiental, la inconformidad cultural, y la inequidad económica. Los jóvenes peninsulares de hoy, y las generaciones de mañana, mayas o mestizas, nativas o inmigrantes, confirmarán o rechazarán esta suerte de augurio.
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/213031/de-hoteles-trenes-y-areas-protegidas
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