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De lo que es y no es el Tren Maya

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Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 16 de agosto, 2023

Jornada

Para empezar, no es un proyecto de desarrollo regional y resulta de una idea vaga

Hace unas semanas conocimos el veredicto del tribunal por los derechos de la naturaleza, mediante el cual se determinó que el Estado mexicano había cometido un ecocidio, violado las leyes ambientales y la constitución, y vulnerado los derechos de los pueblos originarios. El corto espacio que me otorgan estas notas no me permitirá entrar demasiado en la discusión de si la naturaleza tiene derechos, o si ese concepto carece o no de sentido; o la discusión acerca de la legitimidad del tribunal como un organismo capaz de emitir veredictos, sentencias y recomendaciones a un Estado nación; o acerca de los intereses que animaron a las ONG que elevaron el caso ante el tribunal, y que seguramente serán etiquetadas por el gran timonel como “pseudoambientalistas”, aunque hayan dedicado décadas a la lucha por proteger y conservar ecosistemas, biodiversidad, y los derechos de los pueblos originarios y comunidades locales a apropiarse de sus recursos y construir su paisaje.

Es cierto que cada vez que me preguntan, durante alguna reunión de amigos, si estoy a favor o en contra del Tren Maya, mi respuesta no resulta satisfactoria para nadie, y suele dar lugar a la exigencia de que defina mi posición en un sentido u otro, con claridad meridiana. No puedo hacerlo, porque no logro poner de algún lado de la balanza peso suficiente como para inclinarla definitivamente. La primera vez que oí hablar del Tren Maya, me pareció una idea cautivadora: un ferrocarril que renovaría las comunicaciones entre la región maya de México y el resto del país, y que abriría con ello nuevas vías para impulsar el desarrollo de los estados por donde pasaría. Hasta aquí, todo marchaba muy bien. Pero de pronto empezó a torcerse el asunto, al emprender una obra sin un proyecto integral, sin contar con un estudio de impacto ambiental que permitiera evaluar el supuesto proyecto como un todo, sin consultar en congruencia con los lineamientos de la organización internacional del trabajo a las comunidades afectadas e interesadas y confundiendo las consultas con improvisadas reuniones donde se respondía de viva voz y a mano alzada “¡Síííí!” a la pregunta de “¿Quieren el tren?”, sin poder examinar antes un proyecto, o ponderar sus implicaciones y consecuencias.

Para remate, resulta después que se califica al Tren Maya de asunto de seguridad nacional, y se involucra a las fuerzas armadas en su construcción y operación, convirtiendo al ejército en protagonista del desarrollo turístico, con carácter incluso de empresario hotelero. Claro que, en el singular lenguaje de la 4T, esto no es militarizar nada. En este galimatías figura también la danza de las cifras, en las que uno termina por no saber con algo similar a la certeza cuántas hectáreas de selva van a cambiar su categoría de uso del suelo, de forestal o de conservación, a industrial, turístico, o urbano. No hay manera siquiera de colocar el proyecto integral en un mapa, e intentar medir la superficie que ocupará una vez terminado, o las implicaciones que tendrá para la conectividad ecológica regional. ¿Cómo hacerlo, si no podemos conocer un proyecto completo, probablemente porque nunca ha existido?

Cuando el tribunal de los derechos de la naturaleza determina que el gobierno mexicano debería suspender la obra, ésta ya está próxima a concluir algunas etapas importantes de su construcción, y se encuentra en plena realización de pruebas para su operación. No ha habido manera de que el gran timonel suspenda la precipitación a que lo conduce su ansia sexenal, ni la habrá: se tiene que inaugurar el tren en la presente administración, sí o sí. La sentencia queda pues como una especie de ariete político para martillar contra la coraza de la 4T, pero ni genera un efecto contundente sobre el desarrollo de la obra, ni contribuye demasiado a esclarecer qué debemos hacer, como país, para enderezar un proceso que ya está encaminado, y resulta incluso avasallador en su avance.

Por eso, creo que merece la pena revisar una vez más qué es el Tren Maya – y qué no es – porque esta discusión dista mucho de haber terminado. Tendré que empezar por decir que, en mi opinión, el Tren Maya ni es un tren, ni es maya. Tampoco es un proyecto de desarrollo regional, entre otras cosas porque no ha respondido a un proceso riguroso de diseño y planeación, sino que resulta de una idea vaga, y se construye entre titubeos, modificaciones, e improvisaciones. No es tampoco, desde luego, un asunto de seguridad nacional, en tanto que ésta no depende de ninguna manera de que la propuesta llegue o no a feliz término.

Me parece que el tribunal – y las organizaciones que presentaron el asunto ante este organismo – tiene toda la razón cuando dice que se trata de una propuesta de ordenamiento territorial de alcance regional, pero no basta con hacer simplemente esta afirmación: hay que ahondar en lo que significa, especialmente ante el hecho de una obra que está ahí, y que todo indica que continuará, pésele a quien le pese. Una vez más, la precipitación es el peor de los rasgos de esta propuesta. Si se pretende en efecto modificar el ordenamiento territorial, para dar un nuevo rumbo a los procesos de desarrollo en los estados involucrados, no se debiera haber comenzado por un tendido de vías, pensando que lo demás vendrá después. Se debió comenzar con un proceso escrupuloso de planeación, sobre todo partiendo del hecho de que la idea da al traste con todos los esfuerzos previos – algunos muy valiosos – de ordenamiento ecológico del territorio. Lamentablemente, esto se encuentra ya en el etéreo terreno de los hubieras.

El tren – sólo el tren – ya está en el territorio. Interrumpirlo ahora sería más catastrófico que terminarlo. Lo que habrá que encarar con más pausa, mejor ciencia, mayor rigor planificador, y un claro compromiso ético (que hoy falta), es lo que sigue al tren; es decir, el proceso de transformación social, económica y física que le seguirá; e imponer medidas correctivas y compensatorias a las agencias responsables de los impactos ya efectuados, y medidas preventivas aplicables a toda obra y acción que se lleve a cabo de hoy en adelante.

roblesdeb1@hotmail.com

Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/219357/de-lo-que-es-y-no-es-el-tren-maya-ecocidio-leyes-ambientales-

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