El genio y la botella
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Miércoles 21 de diciembre, 2022
Surge la discusión acerca de si el país se está militarizando, o no
Juan Villoro, entre otros, se me ha adelantado a sostener una posición muy próxima a la que aquí ofrezco, pero no puedo dejar de manifestar mi opinión al respecto: Ahora que la SCJN ha resuelto que el Ejecutivo no violenta la constitución al prolongar la presencia de las fuerzas armadas en las tareas de seguridad, ha vuelto a tomar vuelo la discusión acerca de si el país se está militarizando, o no. Quienes sostienen la posición de que lo que sucede en México no puede considerarse en manera alguna como una militarización, lo hacen considerando que el término implica la toma violenta del poder por parte de las fuerzas armadas, desplazando a un gobierno civil, como sucedió en la España de principios del siglo pasado, o en el Chile de los años setenta. Y en efecto, en México no ha sucedido nada de ese estilo.
Ni falta que hace: el Ejecutivo ha ido concentrando funciones y presupuesto que antes fueron exclusivamente civiles en manos de las fuerzas armadas, so pretexto de que las instituciones que las componen (“pueblo uniformado”) son las únicas capaces de garantizar disciplina, austeridad y honestidad. Y las fuerzas armadas, “obedientes de su comandante supremo”, han ido asumiendo cuanta función se les ha asignado, seguramente sonriendo para sus adentros al ver crecer su poder, capacidad financiera, alcance operacional y presencia en el escenario político.
Ahora no son solamente las titulares del ejercicio de la violencia “legítima”, y dueñas del arsenal con que cuenta el Estado mexicano capaz de enfrentar la fuerza del crimen organizado; y no son nada más los integrantes de la Guardia Nacional, sino que se están convirtiendo en muchas otras cosas, restando facultades y competencias a una porción de las agencias gubernamentales, tanto nacionales como estatales. Ante la ausencia de un golpe violento, quizá a los mexicanos nos venga como anillo al dedo la analogía de la rana que saltó intempestiva al sentir el agua hirviendo, pero no se dio cuenta de que se estaba cociendo cuando la echaron en una olla con agua tibia y la fueron calentando poco a poco.
En el actual arreglo geopolítico, México no tendría por qué contar con un ejército, fuerza aérea, o marina armada. Un escenario congruente con el universo discursivo de la cuarta transformación haría del ejército una guardia nacional, sin más; de la fuerza aérea una unidad de monitoreo del territorio nacional, en coordinación con la agenda espacial y con capacidad de percepción remota; y de la marina armada un guardacostas, responsable como ya lo es de la protección de la vida humana en el mar, y de la salvaguarda de los recursos naturales marinos y costeros.
Pero en lugar de esto nos encontramos con unas fuerzas armadas que tienen cada vez más funciones, y más recursos económicos. La atención se ha centrado en discutir si la presencia de las fuerzas armadas debe continuar por más tiempo en tareas de seguridad interior, o si es una organización civil o no, dado que el comandante supremo de las fuerzas armadas es, en efecto, un civil. A mi parecer, esta discusión es lo de menos: al crimen organizado hay que plantarle cara con toda la fuerza del Estado, con pleno respeto del marco jurídico vigente. Lo que parecemos perder de vista es que ahora ya están en manos de las fuerzas armadas funciones como la administración portuaria, las aduanas, un número creciente de aeropuertos, obras de comunicaciones y transportes, tareas de reforestación, labores de inspección y vigilancia ambiental y de recursos naturales, e incluso manejo de áreas naturales protegidas, entre otras. Si a esto se añaden los encargos que suelen darse al ejército, de resguardar el material electoral, distribuir libros de texto, asistir a la población durante desastres, y contribuir en tareas de salud, como la distribución de vacunas durante la pandemia de Covid 19, las fuerzas armadas se hacen omnipresentes. Y crece el presupuesto de que disponen y el número de elementos que las constituyen.
Visto así el asunto, creo que no merece la pena discutir demasiado: en todo rigor, el país está siendo militarizado, cubriendo el proceso con el manto de pureza del “pueblo uniformado”, la supuesta honestidad y honradez de las fuerzas armadas, y la – también supuesta – idea de que todos los demás o son corruptos o se pueden corromper fácilmente. La cantinela de “no somos los mismos” pierde fuerza ante la desconfianza que implica esta entrega de funciones y facultades a las fuerzas armadas; y además parece camuflar el hecho de que sí es el mismo el ejército de hoy que el que contribuyó a la desaparición de los muchachos de Ayotzinapa, o perpetró la matanza de Aguas Blancas, entre otras barbaridades.
Como quiera que sea, esta administración está dejando salir el genio de la botella. Hoy, la Secretaría de la Defensa tiene más recursos y plazas que la mayoría de las dependencias del Ejecutivo, y se le ha asignado una centena de funciones que antes se encontraban en manos de civiles. Además, las fuerzas armadas intervienen cada vez más abiertamente en la vida política nacional, y el secretario de Defensa se permite negarse a reunirse con el Poder Legislativo en su sede, y en cambio convoca a los diputados a presentarse en sus oficinas, y ellos acuden sin chistar. Si alguna vez México rencuentra el rumbo de una democracia civil y libertaria, habrá que ver quién es el guapo que logra meter al genio de nuevo a los cuarteles.
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/208184/el-genio-y-la-botella
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