Ética y elecciones
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 28 de mayo, 2024
El voto, asediado por la coacción y la falta de opciones ideales
Circula por las redes sociales un mensaje, formulado por alguien evidentemente opuesto a la llamada Cuarta Transformación, lo cual es perfectamente legítimo, y que muchos otros conciudadanos comparten, que invita a recompensar con doble paga de un día a los trabajadores que muestren el pulgar entintado después de las elecciones, y les ofrece además una compensación económica si la oposición a la propuesta de Morena y sus aliados resulta vencedora. El mensaje en cuestión – de quien afirma ser “uno de los miles de empresarios que mantenemos al gobierno con nuestros impuestos” – pretende que, al enviarlo, y al invitar a que “se haga viral”, está haciendo algo “útil por nuestro México”.
Seguramente, quien haya propuesto esta idea se considera un verdadero demócrata, e incluso cierra su mensaje con la consigna de que “¡una semana extra de esfuerzo que hagamos por darle una gratificación a quien la merece (las itálicas son mías) nos puede salvar de años de dictadura!”. Nos explica el empresario autor de esta propuesta que no se trata, según él, de una compra de votos, y puede que tenga razón: no está instruyendo a sus trabajadores que voten por una candidata determinada, o por el candidato. Pero, aunque no se esté comprando un voto, sí se está coaccionando a los trabajadores a que voten: ¿presentarme el lunes sin tinta en el dedo tendrá consecuencias?, ¿y si gana Morena? Si es cierto que el voto es voluntario y secreto, ¿mi patrón tiene derecho a examinar si voté o no?, ¿y haber ejercido mi derecho amerita una recompensa?
El mensaje de marras resulta reprobable por varias razones. Para empezar, un empresario o empresaria, demócrata o no, no tendría por qué pretender que le toca inducir a sus trabajadores, garrote y zanahoria en mano, a votar de la manera que él o ella considera correcto. El voto democrático es individual, libre y secreto. Si se pretende un voto corporativo, obligatorio, e inducido, es cualquier cosa menos democrático. Es cierto que los partidos convencionales (y Morena, que, en realidad, tras el disfraz de movimiento social, mal esconde a un partido que podría haber salido del mismo molde que todos los demás) siempre han comprado votos, o han intentado obtenerlos mediante la intimidación y el engaño. Eso es quizá motivo para considerar que el régimen de partidos tal como lo conocemos debería terminar definitivamente. Pero de ninguna manera justifica que quien conduce una empresa prometa beneficios a sus trabajadores si votan en el sentido que él o ella prefiere. Pretender que “si los demás lo hacen, ¿por qué no lo habría de hacer yo?” corrompe a todos los que se involucran en ese juego. Quienes actúan de esta manera no tienen cara con qué presumir de puros.
Pareciera que todos nos vamos contagiando del tono descarnado y brutal del proceso electoral, que se ha convertido en un circo grotesco de insultos, descalificaciones, mentiras desfachatadas y calumnias hirientes; acompañado de asesinatos y secuestros que parecen siempre intervenciones intimidatorias del crimen organizado en la reyerta política, aunque nunca sabremos si en efecto lo son, porque las muertes y demás atentados no se investigan, y muy pocos presuntos responsables son siquiera presentados ante las autoridades responsables de impartir justicia.
En medio del guirigay de las consignas electoreras y el ir y venir de las acusaciones infundadas, se han confundido las propuestas de acción y los proyectos de país y de gobierno, con una serie de ofertas y contraofertas de dádivas, que convierten el discurso político en una gritería de mercachifles. Una candidata se dirige a quienes acuden a sus mítines con el mismo tono con que las malas educadoras se dirigen a los niños de preescolar, pero parecen no darse cuenta de que insulta su inteligencia. Responden con el jolgorio de quien espera que sus gritos garanticen que en adelante se les regalará algo. La otra lanza gritos destemplados diciendo que la libertad y la esperanza le pertenecen, como prometiendo que, de ganar las elecciones, nos las otorgará con graciosa generosidad; y el candidato, por su parte, con una sonrisa helada, trata de convencernos de que su propuesta y su discurso van más allá de las cancioncillas pegajosas, e insiste una y otra vez que hay que poner primero a la niñez, como hizo su partido hace unos años al utilizar a un niño indígena como recurso propagandístico.
Todos los partidos – y ahora resulta que también los ciudadanos que se sienten con poder (y que tienen por lo menos ingresos holgados y control sobre grupos de compatriotas, y consideran que tienen en sus manos un trocito del mango de la sartén) – se han olvidado de que la política, para serlo de veras, debiera estar inextricablemente vinculada con la ética. En lugar del arte de lo posible, en vez de la construcción de acuerdos que permitan alcanzar objetivos comunes, lo que se entiende hoy por actividad política es una cruda y dura lucha por el poder; y el poder visto así, como un medio de dominio, y de imposición del proyecto que me beneficia a mí y a mi grupo de seguidores a costa de los otros, siempre corrompe. En este estado de cosas, y dado el trío de candidaturas que requieren nuestro voto, la elección del próximo domingo resulta cualquier cosa menos sencilla: no hay propuestas ni programas claros y francos, ningún partido se libra de una merecida desconfianza de al menos parte de la ciudadanía, y la ideología no es ya un elemento que permita determinar una toma de posición. ¿Nos queda entonces votar por quien sintamos que es el menor de los males, la opción que menos daño hará al país? No es un panorama que invite al optimismo.
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/231834/etica-y-elecciones-votaciones-coaccion-empresarios-claudia-sheinbaum-xochitl-galvez-alvarez-maynez
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