Habría querido no hablar de la guerra
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 17 de agosto, 2023
Si no podemos hablar de paz sin condiciones por qué insistir en atender cualquier otra crisis
Cursaba el sexto año de primaria en una escuela privada de la Ciudad de México cuando estalló la guerra de los seis días, entre Israel y Egipto. Compartíamos salón niños y niñas de familias mexicanas, hijos e hijas del exilio español, chicos y chicas de ascendencia israelí, y otros más de ascendencia árabe (diversa, con una predominancia libanesa). Un buen día, durante el recreo, se desató una gresca violentísima entre varios de nuestros amigos. Los que no proveníamos de hogares israelíes o árabes no entendíamos lo que estaba sucediendo. A los doce años, en 1967, nuestros intereses y nuestras preocupaciones estaban muy lejos de lo que sucedía en un lejano medio oriente, donde ubicábamos la historia bíblica, las mil y una noches, y Tintín. La directora de la escuela – española de origen, exiliada en México tras la derrota republicana en España – salió al patio hecha un basilisco, diciendo a gritos: “Pero ¡qué os pasa, si aquí sois todos hermanos!”. Ya más serena, nos soltaría después una filípica acerca de los males de la guerra, de la estupidez que nos lleva a renunciar al diálogo y nos hace incapaces de escuchar al Otro y ponerse en sus zapatos… en fin, un discurso que nos marcó para el resto de nuestras vidas, y que hizo de muchos de nosotros pacifistas irreductibles. Tiempo después, al ver los horrores de la guerra en Vietnam, llevaría conmigo a todas partes un cartel que fue popular entre los hippies, que decía ingenuamente: “La guerra no es saludable para los niños, ni para los demás seres vivos”.
Desde entonces a la fecha no ha dejado de haber guerras – entre estados, civiles, étnicas, religiosas, ideológicas, pero todas imbéciles – en algún lugar del planeta. Pero en ninguna región del globo resulta este inútil derramamiento de sangre más doloroso, más constante, y más aparentemente irresoluble, que en esa pequeña porción del medio oriente donde comparten territorio israelís y palestinos. Aparentemente, identidades asesinas (recomiendo por cierto la lectura del lúcido ensayo de Amin Maalouf que lleva ese título), parecen ambos pueblos empreñados en exterminarse mutuamente. La agresión que esta vez ha lanzado el grupo Hamas, que no merece otro calificativo más que el de terrorista y debemos todos condenar sin cortapisas. Independientemente de los vericuetos históricos que llevaron a la construcción del estado de Israel, incluida la arrogante participación del imperialismo británico, ningún pueblo merece ser sometido al terror y amenazado con el exterminio. Me da igual lo que haga o deje de hacer su gobierno.
Pero Hamas no es Palestina, ni representa a su pueblo. Hamas, a mi juicio, lastima a Palestina. Cierta narrativa pareciera querernos decir que la violencia y el despojo que han generado entre los palestinos ciertos sectores de Israel, al establecer colonias en terrenos que Palestina considera parte de su territorio, y mantenerlos contra viento y marea, o la dura dependencia que significa el dominio israelí sobre los servicios públicos y la movilidad de la población palestina, son factores que contribuyen a explicar la capacidad de reclutamiento de grupos como Hamas. Otras lecturas complican el panorama tratando de descalificar la ética del Islam y atribuyéndole un supuesto desprecio por la vida y los derechos humanos. De tener estas posturas algo de cierto, entonces habría que concluir que una respuesta como al de Israel ante ataques como el de Hamas, no conducirá más que a perpetuar el conflicto, a arraigarlo más profundamente, y a construir sin remedio una vecindad del odio. Hoy, cuando Benjamín Netanyahu, pretendidamente a nombre del pueblo de Israel, dice que desaparecerá a Hamás de la faz de la tierra (y quizá pueda hacerlo, dada su capacidad militar, y el apoyo de potencias del tamaño de los Estados Unidos y buena parte de la Unión Europea), la población palestina que no participa de Hamas, y no comparte ni su espíritu belicoso ni su fanatismo fundamentalista, se encuentra atrapada en el pavor, desplazada forzosamente de sus hogares, prisionera entre un Israel dispuesto a avanzar en una represalia y un Egipto que no se decide a concederles un tránsito humanitario inmediato, al menos en condición de refugiados y de manera temporal. Esa población es también víctima del terror, y me parece insensato no decirlo.
También hay que decir que el papel que ha jugado hasta ahora en este conflicto la Organización de las Naciones Unidas es, por decir lo menos, patético. El organismo concebido como garante de la paz mundial no ha podido siquiera atender el asunto en territorio, ni siquiera con propósitos humanitarios: espera a que el gobierno de Israel les “permita” enviar ayudas básicas (alimentos, combustibles, medicinas) a los palestinos violentamente de su tierra y sus hogares. Ni siquiera se ha oído un posicionamiento de la ONU claramente decidido a imponer un cese al fuego. Creo que esta organización, que me sigue pareciendo la gran apuesta humana para la construcción de gobernanza global, debe plantearse seriamente una reconstrucción, que entre otras cosas cese y termine con el absurdo de un consejo de seguridad donde las grandes potencias, que se escudan en salvajes criterios de destrucción mutuamente garantizada, gocen de poder de veto en el foro que debería definir consensos ecuménicos de paz.
Si no podemos hablar de paz sin condiciones, de paz sin exterminio, de paz sin exclusión y sin apartheid, no tenemos por qué insistir en atender la crisis climática, o las pandemias, o las crisis alimentarias, o cualquier otra crisis humana. Paz primero, paz ante todo, paz por encima de cualquier otra consideración.
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/222025/habria-querido-no-hablar-de-la-guerra-israel-egipto-hamas-franja-de-gaza-palestina-benjamin
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