La militarización que no es
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 24 de septiembre, 2024
En un sprint final vertiginoso, la administración encabezada por el gran timonel, de la mano de un poder legislativo dominado por una mayoría avasalladora, que no se detiene a escuchar ni a su propia conciencia, va dejando tras de sí reformas constitucionales que le brindarán una nueva cara a la nación. Ya está publicada en el Diario Oficial de la Federación, aunque aún sin leyes secundarias que esclarezcan cómo podrá operarse, la reforma al poder judicial. Toca ahora al INE determinar, a marchas forzadas, sin presupuesto ad hoc, y con una distribución territorial distinta de la que se utiliza comúnmente para los procesos electorales, cómo y cuándo se elegirá mediante voto popular a las nuevas personas juzgadoras en el país. En esta danza política que parece revuelo de derviches, que giran a toda velocidad hasta alterar sus estados de conciencia, toca ahora otorgar de manera permanente y definitiva a las fuerzas armadas el mando de la guardia nacional, y dotar al ejército de todas las capacidades necesarias para actuar como policía frente a la sociedad en general.
Ya nos han explicado en muchas ocasiones que esto no forma parte de un proceso de militarización, como no lo son tampoco la administración de puertos, aeropuertos, aduanas, hoteles, aerolíneas, y hasta áreas naturales protegidas por parte del ejército, la armada y las fuerzas armadas, ni la ejecución de obras públicas diversas. Digan lo que digan los datos – porque son, además, otros datos, generados de manera engañosa para entorpecer la marcha de la cuarta transformación – las fuerzas armadas mexicanas no violan los derechos humanos, son leales e incorruptibles, y responden al mando de quien encabeza el poder ejecutivo, que es, al menos hasta ahora, civil. Son, a fin de cuentas, pueblo uniformado.
Como uno es tozudo y obtuso, no acaba de comprender que la Guardia Nacional, gracias a que está compuesta en buena medida por elementos y mandos de origen castrense, actúa de manera impecable como garante de la seguridad de todos los mexicanos y mexicanas. Por eso uno malinterpreta al comandante de la zona militar que nos explica que la paz en Sinaloa no depende de lo que hagan los militares, sino que se logrará en el momento en que los delincuentes – organizados o no – decidan dejar de hacer tropelías. Parece que muchos no entendemos que su trabajo consiste en cuidar que los enfrentamientos armados entre bandas criminales no afecten a toda la población. Los malandros tendrán que decidir cuándo dejar de matarse entre ellos, y nos toca a los demás contemplar como lo hacen, escudados tras la valerosa valla uniformada. Tampoco logro entender, en mi obstinada cerrazón, que quienes han generado las condiciones que ocasionan la violencia en Sinaloa han sido las autoridades de Estados Unidos, al actuar en contra de los capos del narco sin consultar antes con el gobierno mexicano. Quizá también los gringos tengan la culpa de la violencia en Chiapas, porque la guardia nacional ha participado muy poco para atizar, o para abatir, ese fuego.
La Organización de las Naciones Unidas, Amnistía Internacional, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, y otras organizaciones de esa calaña no están interesadas en proteger los derechos humanos de los mexicanos, cuando declaran de manera aviesa que el empoderamiento de las organizaciones militares resulta amenazante. Lo que quieren en realidad es obstaculizar a la verdadera democracia mexicana para mantener el statu quo y permitir que las élites del país conserven sus privilegios. Por eso insisten en meternos miedo ante la decisión de la actual administración –y la anuencia expresa de la que pronto encabezará la primera presidenta de México– de otorgar un poder creciente, y una cada vez mayor capacidad de generar y captar recursos económicos, a las fuerzas armadas. En realidad, al hacerlo, lo que se logrará es construir una verdadera y absolutamente novedosa democracia.
Ahora entiendo que es, en efecto, una nueva democracia mexicana, que responde a un humanismo mexicano. Entiendo que he estado equivocado al pensar que la democracia, como los derechos humanos, tenía un carácter universal; y que el humanismo partía de la premisa de que “nada de lo que es humano me es ajeno”. Por eso en nuestro país cabe la posibilidad de establecer un régimen auténticamente democrático con una participación poderosa y multimodal de las fuerzas armadas. Quienes crecimos pensando que la estructura rígidamente jerarquizada del aparato castrense, que se sostiene en una visión absolutamente vertical de la disciplina y la obediencia, resultaba esencialmente opuesta a la democracia como forma de organización social, vivíamos en el error: al menos en nuestra patria, a la que el cielo un soldado en cada hijo le dio, las fuerzas armadas no pueden ser sino consubstanciales a la democracia.
Quizá muy pronto podamos ver una nueva reforma constitucional que permita que los ciudadanos elijamos por voto popular a los mandos del ejército, la guardia nacional, la marina armada y la fuerza aérea. Por ahora, no tenemos nada de qué preocuparnos: tendremos un poder judicial constituido por las mejores personas juzgadoras a todos los niveles, porque seguramente sabremos votar, no por los más conocidos, ni los más populares o con más recursos para organizar campañas electorales, sino a los más capaces y experimentados, honestos, honrados y leales; y contaremos con unas fuerzas armadas aptas y diligentes para guardar con todo escrúpulo nuestra seguridad y nuestros derechos, sin hacer nunca uso de la violencia. Si no nos informan acerca del destino de cada centavo que ingresan, es solamente para cuidar de la seguridad de nuestra nación. Lo demás no es más que ruido ambiente, escándalo mendaz de una derecha recalcitrante que resiste a entender que ha perdido.
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/237162/la-militarizacion-que-no-es
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