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Las ceibas de Valencia

 

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Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 09 de mayo, 2023

Jornada

El árbol transterrado está tremendamente estresado, sin hojas, flaco, esmirriado

Caminaba por las hermosas calles de la ciudad de Valencia, en España, cuando al cruzar un parque, presidido gallardamente por la escultura ecuestre de Jaume I, fundador de esa villa en épocas medievales, se me apareció un árbol de una fisonomía que me resultó muy familiar: es una pobre ceiba tremendamente estresada, sin hojas, flaca, esmirriada y retorcida. Después vi otras, en parques diversos, incluso en los jardines que rodean la fantástica Ciudad de las Ciencias y las Artes, obra del arquitecto Calatrava, que de frente parece el casco de Darth Vader, de la Guerra de las Galaxias, ese encuentro con tristes ceibas transterradas, sumado a la sorpresa maravillosa de unos árboles de Bauhinia forficata, parientes argentinos de nuestra “pata de vaca”, u “orquídea”, me han hecho pensar de nuevo en las consecuencias botánicas y agropecuarias de la conquista y la colonización.

Recordemos que Hernán Cortés le pedía a Carlos V que enviara a México simientes y vástagos de las plantas que eran consideradas útiles para los españoles que, aunque reconocían las virtudes del maíz, extrañaban sin duda el trigo y las uvas, (o el pan y el vino), y recordemos también que llegaron a nuestras costas los cocoteros, traídos desde el África con los primeros esclavos negros que fueron la simiente de nuestros hoy hermanos afrodescendientes, y por el Pacífico, provenientes de Asia, con las naves que comerciaron intensamente entre las colonias españolas y portuguesas de ambos lados del océano. La lista de especies de plantas y animales domésticos que acabaron siendo de vital importancia para la producción alimentaria tanto de Europa como de América es interminable, y el intercambio continúa, como lo atestiguan las modas de consumo de especies como la chía o el amaranto.

Este intercambio de especies – y de genes – que fue quizá un resultado inesperado de un proceso de conquista y colonización que se pensó a sí mismo como una misión evangelizadora y virtuosa, y disimuló – muy mal, por cierto – un espíritu depredador, codicioso y ladrón, acabó por beneficiar, con especies domesticadas útiles, que cundieron bastante bien a ambos lados del Atlántico, a ambos grandes bloques culturales. Pero no se puede decir lo mismo del destino que han sufrido diversas especies nativas no domesticadas, a las que también se les hizo pasar del otro lado del océano. Si bien es cierto que algunas resultaron patógenos eficacísimos, o invasoras extraordinariamente exitosas, otras, inocentemente transterradas con ilusiones ornamentales – verbigracia, las tristes ceibas de Valencia – no lograron adaptarse a nuevos hábitats extraños.

Hoy conocemos mucho mejor los requerimientos ecológicos de las diferentes especies (al menos, de las que nos resultan familiares y que hemos estudiado concienzudamente), y sabemos en qué lugares del planeta pueden funcionar de mejor manera. Nos queda, sin embargo, un par de lecciones que aprender, que atañen especialmente a los tomadores de decisiones en los estados nación: por una parte, y esta es la lección fácil, o elemental, hay que entender que introducir una especie que parece resultar beneficiosa en función de lo que aporta en otros lugares, no suele ser una idea del todo benéfica. Por ejemplo, véase el caso de la palma africana y su relación con la pérdida de cobertura vegetal en los países tropicales, o los intentos de promover la reforestación con especies como el eucalipto, que resulta después ser alelopático (es decir, que emite al ambiente aceites esenciales que impiden o dificultan la germinación de semillas de otras plantas), y que además no resulta particularmente favorable a la construcción o conservación del suelo; o casuarinas, que resultan ser invasoras difíciles de erradicar, y acaban pro ser una presión adicional a la biodiversidad originaria.

La otra lección, algo más compleja, tiene que ver con algo que bien podría resultar seductor a los pensadores de corte nacionalista, pero que parece quedar en el olvido: las especies útiles al hombre han sido producto de un milenario proceso de selección y adaptación, que hace que resulten fruto del esfuerzo y la organización de los grupos sociales que las han generado y las utilizan de origen. En un escenario como el que hoy impera en la producción de bienes basada en la reproducción de especies vegetales y animales, en el que grandes corporativos transnacionales se apropian de paquetes tecnológicos para la producción de diversas especies, como el caso de los chiles que se venden después enlatados, o de ´plano se adueñan de cadenas completas de valor (un ejemplo especialmente notorio es el de los productos transgénicos, pero eso es tinta de otro artículo), se debiera estar discutiendo en foros y cortes globales – o cuando menos – multilaterales – de quién son los genes, quién debe tener el derecho, y la responsabilidad, de mantenerlos propagarlos, convertirlos en riqueza socialmente relevante.

Fortalecer esta discusión, robustecer los marcos normativos que permitan evitar que los genomas de especies útiles generadas y reproducidas en nuestro país sean apropiadas por intereses económicos globales, buscar los candados que permitan garantizar que se conozca el patrimonio genético de México, y que se le considere en efecto un patrimonio de la nación mexicana, encontrar maneras que hagan explícito y efectivo el derecho de los pueblos originarios que habitan el territorio nacional para determinar qué se hace con los recursos genéticos que su desarrollo cultural ha ido generando en las diferentes regiones de nuestro territorio, asegurarnos de que la riqueza generada pro el uso social de estos recursos genéticos beneficie a los pueblos y las organizaciones que los generaron y los conservan y manejan desde antes de la llegada de los europeos a nuestras costas, es una asignatura pendiente, que no ha trascendido más allá de las aulas y laboratorios de la academia, y las asambleas y manifestaciones de las organizaciones indígenas y alguna ONG empeñadas en la conservación del patrimonio natural nacional. Para el gobierno mexicano – no el actual solamente, sino ya desde hace décadas, esta discusión parece ser impertinente, o irrelevante. En tanto no se le tome en serio, la propiedad de los recursos genéticos seguirá siendo frágil y vulnerable.

roblesdeb1@hotmail.com

Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/214595/las-ceibas-de-valencia-espana-colonizacion

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