Porcicultura, ambiente y sociedad
Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 28 de marzo, 2023
“Todos tenemos razón
Porque ninguno la tiene”.
Sor Juana Inés de la Cruz
Durante una reciente conversación entre amigos, donde unos aplaudían la declaración del gran timonel acerca de la necesidad de ordenar el establecimiento de granjas porcícolas en el territorio de la península de Yucatán, y otros alertaban del peligro de proponer este tipo de limitaciones a actividades agroindustriales legítimas y legales, tuve la peregrina idea de sugerir que hacía falta una discusión sería acerca de este tema. La respuesta fue fragorosa, de parte de quienes defendían ambas posiciones: unos alegan que ya hay más que suficiente información seria, basada en la ciencia, que demuestra que la porcicultura genera impactos ambientales inadmisibles, mientras otros sostienen que el gran timonel responde siempre con el amago de la prohibición a cualquier actividad que parezca oponerse a su concepción de desarrollo, o concite la animadversión del pueblo bueno y sabio. Quizá debí quedarme callado, pero cuantas más vueltas doy al asunto en mi cabeza, más convencido quedo de que el tema no ha sido suficientemente discutido, no con seriedad, ni con miras a encontrar una solución ambientalmente sustentable, culturalmente aceptable, y económicamente viable. A lo más, parecemos condenados a enzarzarnos en diálogos de sordos, atrapados en el ruido ideológico, o cegados por las fronteras de nuestros intereses particulares.
Quisiera comenzar por dejar claro que, al menos esta vez, el gran timonel ha mostrado una prudencia encomiable, y en lugar de simplemente empeñarse en suspender la actividad, ha propuesto ordenarla, y sujetarla a revisiones científicas escrupulosas. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales deberá encargarse de la tarea de formular una propuesta que permita determinar dónde y cómo se podrán establecer granjas porcícolas en la región. Todo esto está muy bien, pero no puedo evitar la sensación de que el asunto se encara como si la situación surgida en Sitilpech (y un tiempo antes, en Homún), haya sido una novedad sorpresiva para la autoridad ambiental, y que no haya habido antes información suficiente ni adecuada para regular de manera apropiada el desarrollo de esta actividad pecuaria.
La apuesta de Yucatán por hacer de la porcicultura uno de los pilares de su desarrollo agropecuario no es de ayer: el estado lleva décadas haciendo esfuerzos por convertirse en un referente de importancia internacional en la producción de cerdos, y lo ha logrado sin duda. Cabe entonces preguntarse si se trata de una empresa que puede resultar ambientalmente sustentable, o si genera por fuerza impactos severos y permanentes en el paisaje yucatanense. Si la respuesta apunta a lo primero, entonces merece la pena analizar cuánto puede crecer la actividad, dónde, y de qué manera. Si se trata de lo segundo, entonces sí vendría al caso suspender el crecimiento de esa industria, y analizar caso por caso si las granjas que actualmente operan pueden hacerlo sin dañar el entorno, o si más bien deben ser clausuradas o reubicadas.
Hace ya años se formuló un ordenamiento ecológico para el estado de Yucatán, con la participación de distinguidos científicos, varios de ellos investigadores de la Unidad Mérida del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav). Entonces se determinaron los sitios en los que, con la evidencia disponible en ese tiempo, se consideraba viable el establecimiento de granjas porcícolas, y se establecieron también las condicionantes que esas granjas deberían cumplir para poder ser autorizadas. ¿Es que está mal elaborado, o es incompleto, ese ordenamiento? Revisémoslo. ¿O es que las granjas que se han establecido no lo han respetado, y la autoridad ha permitido su ordenamiento de manera irregular, o las granjas han violentado las condicionantes que hacen permisible su autorización? Habrá que revisarlo. Si hay irregularidades, que se sancionen, y que las granjas se reubiquen, o se clausuren, de manera casuística.
Pero de ahí a satanizar toda la actividad hay un trecho muy largo. Además del cúmulo de estudios que muestran los grados de contaminación y deterioro que ha sufrido el acuífero peninsular de manera generalizada y francamente atemorizante, a quienes acusan a cada granja porcícola de generar un daño ambiental, corresponde la carga de la prueba, y a la autoridad ambiental estatal y federal corresponde la sanción cuando se demuestren daños ambientales o violaciones a la normatividad vigente. Si es la autoridad la que está fallando, por ineficacia, incompetencia o corrupción, denunciémoslo, y protestamos con absoluta firmeza.
Lo que me parece que no conduce a nada positivo es el emitir generalizaciones que impiden la discusión serena de los hechos, y el hallazgo de soluciones que no resulten lesivas para tirios y troyanos. Caer en la visión catastrofista de que, como a China sí le interesa restaurar sus ecosistemas, y es un grandísimo consumidor de productos porcícolas, entonces promueve la producción de cerdos en nuestro estado, más barata porque a nuestros industriales no les importa contaminar el ambiente y envenenar al pueblo llano, es una generalización que equivale a ver moros con tranchete (o en este caso, chinos con machete). Ojalá pudiésemos discutir estos asuntos con mesura y serenidad, en aras de encontrar vías que permitan un robusto desarrollo agropecuario, sin que esto implique lesionar el bienestar y la salud de las familias del capo yucatanense.
Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/212667/porcicultura-ambiente-y-sociedad-granjas-porcicolas
No Comment