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Una máquina llamada árbol

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Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 07 de mayo, 2024

Jornada

Artificios de la naturaleza, tenemos que apostar por los pulmones de la Tierra

En su podcast de “Niñonautas”, el pasado miércoles 24, Kirén Miret – que por cierto me resulta simpatiquísima, y aporta cada mañana material suficiente para cuando menos una sonrisa, además de que suele brindar alguna información interesante para chicos y grandes – hablaba de la posibilidad de “sembrar lluvia” en las nubes, bombardeándolas con sustancias más o menos inocuas que pueden contribuir a condensar la humedad y, valga la redundancia, “precipitar la precipitación”, idea que puede resultar atractiva a la luz de un escenario de calentamiento global, emergencia climática y crisis hídrica. Además, tras aclarar que las propuestas sugerían bombardear las nubes existentes, pero no encontraban la manera de crear nuevas nubes, Kirén se preguntaba si no sería buenísimo contar con una máquina que hiciera eso precisamente: generar nubes, o ayudar de alguna manera a que éstas surgieran en zonas de la atmósfera.

Esta cápsula de “Niñonautas” me ha hecho pensar dos cosas: la primera es que Kirén se ha equivocado: sí hay una suerte de “máquina” que contribuye a la generación de nubes, y se llama ÁRBOL. Basta ver las concentraciones de nubes sobre lo que queda de la selva amazónica, o sobre las selvas de la masa forestal mesoamericana, incluyendo desde luego la selva lacandona, para apreciar el efecto que tiene una cobertura boscosa continua, sobre las condiciones de humedad atmosférica. La otra cosa que me sugirió esta cápsula fue que resulta cada vez más necesario insistir en profundizar en una discusión sobre un asunto de importancia creciente: en la coyuntura por la que atraviesa actualmente nuestra especie, ¿hace más sentido continuar apostando por crecer con base en el desarrollo de la tecnología, o más bien ya ha llegado el momento de pensar en enfrentar las carencias y problemas de las sociedades a partir de soluciones basadas en naturaleza?

Esta disyuntiva suele encararse a partir de una suerte de pseudoproblema, como si optar por una posición implicase desechar definitivamente la otra. En realidad, resulta absurdo pretender que tuviésemos que volver a hacerlo todo sin echar mano de las herramientas que nos brinda una ya larga historia de desarrollo tecnológico, un poco a la manera que quisieran verlos algunas comunidades, como los amish, por ejemplo. Aunque nos haga aparecer siempre como aprendices de brujo, que no podemos controlar los encantamientos que pone en nuestras manos la varita mágica del control remoto, el móvil o el ordenador, la verdad es que las ventajas y facilidades que nos ofrecen son cada vez más irrenunciables.

Pero, por otra parte, pretender que, con ir encimando un avance tecnológico sobre otro, en el ánimo de resolver los problemas que el uso desordenado de los nuevos inventos y diseños genera para nuestro planeta, es también un absurdo, y un absurdo costoso. Llevamos cuando menos dos siglos pensando que cada vez que un avance tecnológico desencadena un efecto no deseado, éste será resuelto por un nuevo aporte tecnológico. Así, a los efectos del vertimiento de desechos en los cuerpos de agua respondemos con novedosas, complejas y costosas plantas de tratamiento y potabilización; a la contaminación por residuos plásticos reaccionamos con la fabricación de plásticos reciclables (y generamos la industria correspondiente), o pretendidamente “biodegradables”, y a la generación de energía a partir de la combustión de compuestos de origen fósil reaccionamos con mecanismos sofisticados capaces de generar energía con base en los vientos, o baterías que almacenan y suministran energía capaz de mover vehículos cada vez más grandes, veloces, y con mayor autonomía.

Aún antes de haber desarrollado satisfactoriamente las nuevas apuestas tecnológicas, empezamos a encontrarles riesgos ambientales relevantes. No hay más que ver las controversias desatadas por la construcción de la infraestructura requerida para la generación eólica de energía, y sus efectos sobre el uso y la tenencia del suelo; o las discusiones alrededor de los efectos de la extracción de litio para la fabricación de las baterías que permiten pensar en una industria a gran escala de producción de vehículos eléctricos; o los efectos sobre la salud de los nuevos productos plásticos “degradables”, que aportan al entorno moléculas con consecuencias impredecibles en la calidad y sustentabilidad de las cadenas alimentarias.

Insisto en que no se trata de suspender o echar por tierra todo desarrollo de tecnología. No soy un nuevo ludita. Por el contrario, se debe continuar alentándolo, porque debemos aspirar a una vida de mayor calidad, más acorde a la creación, al regocijo, a la reflexión colectiva y al florecimiento de los afectos (y ¿por qué no?, al pleno ejercicio del derecho a la pereza). Para encontrar este camino, habríamos de poner la mirada en generar soluciones a nuestros problemas con base en el funcionamiento de la naturaleza: proteger la biodiversidad, restaurar los ecosistemas deteriorados, garantizar el aporte de servicios ambientales apropiados y suficientes, diversificar la producción agrícola, abatir el consumo desaforado de productos de origen animal, disminuir el uso dispendioso de agua dulce, suspender la incorporación de obsolescencia en los artículos manufacturados (que solamente se puede justificar aduciendo razones de mercado); y plantando árboles, esas “máquinas de hacer nuevas nubes”.

Una nota adicional: Pocas veces me ha dado más gusto haberme equivocado. Debo al INE una disculpa, hace un par de semanas me quejaba por haber sido excluido de las listas nominales de mexicanos residentes en el extranjero. El Instituto por fin ha respondido a mi solicitud para reconsiderar mi caso, e incluirme de nuevo como ciudadano con derecho a votar. Esperemos que aún sea tiempo. Cruzaré los dedos.

roblesdeb1@hotmail.com

Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/230834/una-maquina-llamada-arbol-cuidado-ambiental-medioambiente-tecnologia

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