¿PIB igual a bienestar social de un país?

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¿PIB igual a bienestar social de un país?

José Sarukhán Kermez  ǀǀ  El Universal  ǀǀ  14 de febrero de 2014

La respuesta es, directamente, no. El PIB (Producto Interno Bruto) fue un concepto propuesto en los años 30 y 40 del siglo pasado por Simon Kuznets, un muy bien preparado economista bielorruso quien después de varios periplos en universidades de su país y de Estados Unidos, terminó su carrera (a su muerte en los 80) como profesor en Harvard. Kuznets es considerado como la persona que propició que la economía se encaminase a ser una ciencia.

El concepto de Kuznets se adopta, justo después de una gran depresión económica y casi al final de la segunda guerra mundial en 1944, en una reunión de los 44 países aliados en Bretton Woods, EU —incluido México— de la cual surgen poco después el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Los países industrializados tomaron desde entonces la dirección del sistema emanado de esa reunión.

El PIB es un medidor de cuentas nacionales, en especial el valor de mercado de todos los bienes y servicios producidos en un país en un año —es decir las transacciones de mercado— sin tomar en cuenta en ese proceso los costos sociales o ambientales, ni las desigualdades sociales en ingresos, esto último una especial preocupación de Kuznets. Desde el fin de la II Guerra Mundial el PIB se ha convertido en la meta central de la política económica de casi todos los países. Sin duda, el mundo de hoy es muy diferente al que existía cuando se produjo la reunión de Bretton Woods.

El mes pasado Robert Costanza, un ecólogo‐economista de la Universidad Nacional de Australia, y colaboradores publicaron en Nature (Vol. 505) lo que me parece un espléndido comentario, que traducido al Español es “Por qué debemos dejar atrás el PIB”, y que me ha llevado a escribir el actual y el próximo artículo en este espacio. Quienes tengan interés en conocer más de los argumentos ahí expuestos sugiero que visiten el sitio que trata con detalle el tema: www.asap4all.com

Desde Bretton Woods, hace siete décadas, ha habido muchas investigaciones enfocadas a conocer y medir qué factores determinan una vida digna y satisfactoria en una sociedad. Ahora —además— podemos estimar muchos de los efectos sociales y ambientales del crecimiento del PIB, así como sus efectos en la desigualdad social en ingreso, desigualdad que en casi todo el mundo se ha incrementado significativamente.

Existen varios indicadores de bienestar humano que integran de mejor manera los aspectos que hacen de la vida una experiencia mucho más satisfactoria y plena, que resuelve las necesidades básicas de la gente, incluyendo elementos sociales y familiares, una vida apoyada en valores menos basados en cuestiones materiales. A ellos dedicaré mi atención en mi próxima entrega.

A pesar de esos nuevos indicadores, el PIB continúa tozudamente arraigado y mantiene su papel central en las evaluaciones del “éxito” de los países; una poderosa razón para ello son los intereses económicos —grandes y no tanto— que estimulan, mediante el consumo sin límites, un cada vez mayor flujo económico en un país. Costanza relata cómo la industria del carbón en EU frustró los intentos de Bill Clinton para iniciar el establecimiento de un “PIB verde”, que incorporaba algunos costos ambientales del crecimiento. Otro obstáculo más es la viscosidad burocrática de las áreas económicas de los países.

Nadie puede —con responsabilidad social y ética— sugerir que los países como el nuestro ya no deben crecer económicamente. Pero una cosa es procurar ciegamente el bienestar y la mejoría económica de quienes están en pobreza extrema, con los criterios y recetas propias del PIB y otra muy diferente es hacerlo inteligentemente, adaptando las políticas económicas a las características de la sociedad y al entorno ambiental del país, combinando medidores de bienestar personal y social con un crecimiento económico que toma en cuenta los costos sociales, ambientales y la desigualdad social en el ingreso.

Lo que definitivamente hay que quitarse de la cabeza en este país es el mito de la incompatibilidad entre crecimiento económico y el mantenimiento de las condiciones ambientales que permiten un verdadero bienestar social y la continuación de una actividad económica sana y sustentable. La economía y la ecología no están reñidas: son absolutamente complementarias la una con la otra.