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Acapulco: Lecciones para la adaptación

 

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Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 07 de noviembre, 2023

Jornada

Lo primordial es aliviar el dolor de las familias; la reconstrucción vendrá poco a poco

Para hablar del paso del huracán Otis por el estado de Guerrero, y no nada más por el puerto de Acapulco, por cierto, hay que empezar diciendo que priva el dolor de las pérdidas humanas. También cala hondo la desesperanza y la impotencia de los millares de guerrerenses que lo han perdido todo, y que ven hoy muy remoto el momento en que puedan recuperar algo parecido a una vida de calidad. Más allá de los números, oficiales o no, lo que importa a mi juicio es precisamente aliviar estos dolores. Lo demás, la recuperación y la reconstrucción tendrán que venir poco a poco: sería absurdo pensar que en breve se retornará al Guerrero de hace unas semanas, por mucho dinero que se le aviente al asunto, provenga de donde provenga.

Por otra parte, comparto la idea de que no hay “desastres naturales”. Hay eventos naturales que se vuelven catastróficos cuando topan con paisajes construidos de tal manera que no pueden soportarlos sin quebrarse. Quizá merezca la pena aclarar que, cuando digo paisaje, hablo de un constructo humano, y por tanto social, que es la expresión concreta de las formas en que una cultura, un pueblo, o una nación determinada actúa ante su circunstancia ambiental. De esta manera, cuando un arreglo social determinado transforma su entorno, lo hace respondiendo a su historia, sus peculiaridades culturales, y las relaciones económicas entre sus miembros, que son casi siempre relaciones de poder.

Aunque sé que estoy simplificando, debo decir que la bahía de Acapulco, los asentamientos que la rodean, y el resto de las comunidades del estado, son expresiones de estas relaciones, y su particular arreglo era una receta para la catástrofe. En un escenario de emergencia climática, cuando sabemos que las condiciones del entorno favorecen cada vez más la aparición de eventos hidrometeorológicos intensos, frecuentes, y veloces, un huracán como Otis tenía necesariamente que causar daños muy graves. Guerrero – y Acapulco especialmente – eran vulnerables a este impacto desde hace muchos años. Lo mismo puede decirse de buena parte de los polos de desarrollo turístico que se encuentran a lo largo de los litorales nacionales. Aunque cada año que pasa se acumulan desastres sobre catástrofes, parecemos incapaces de aprender la lección, y continuamos ufanándonos de la velocidad con la que crecen los servicios turísticos que ofrece México al mundo (aunque comúnmente quienes ofrecen estos servicios son franquicias de corte transnacional, y no precisamente empresas mexicanas).

Para continuar con las simplificaciones, pareciera que lo que se entiende en México por prevención de desastres es un tanto limitado y cortoplacista: la Secretaría de la Defensa nacional pone en marcha automáticamente el famoso plan DN3, y se esfuerza – en ocasiones de manera francamente heroica – por llevar apoyos a las poblaciones afectadas, contribuir en las labores de limpieza indispensables tras el paso de un huracán, un incendio de gran envergadura, sismos, o erupciones volcánicas; diversas organizaciones de la sociedad civil montan diferentes mecanismos para captar donaciones en especie, o en metálico, para asistir a las víctimas del evento catastrófico; y las dependencias oficiales, tanto federales como de los gobiernos locales, recurren a todos los medios a su alcance para lograr que lleguen recursos no previstos en los presupuestos, que permitan al menos en parte volver a poner en pie la infraestructura dañada, y aportar algo de insumos básicos a las víctimas.

Antes existía el FONDEN, un fondo creado para contar con recursos financieros expresamente destinados a atender las necesidades inmediatas desatadas por un desastre vinculado a fenómenos naturales. Es cierto que este fondo desató ambiciones de diversos actores sociales, frecuentemente corruptos, y otras veces oportunistas, que desviaban los recursos destinados a la restauración, para satisfacer sus propios intereses, o para alimentar proyectos populistas y electoreros. Recuerdo, por ejemplo, a un célebre gobernador del sureste mexicano, que esperaba generar evaluaciones infladas de los daños sufridos por el sector pesquero, para obtener recursos que le permitieran regalar nuevos motores y embarcaciones a una porción de la población que, antes del paso del huracán, había sido parte del sector agrario depauperado.

Pero se ha decidido eliminar ese mecanismo con el afán expreso de combatir la corrupción y eliminar privilegios. De modo que ahora no hay un mecanismo financiero ad hoc para enfrentar los daños generados por el impacto catastrófico de fenómenos naturales de gran magnitud. Hay, sin embargo, según se nos ha explicado “recursos ilimitados” para atender la emergencia en Acapulco. Todos sabemos que no hay recursos ilimitados para nada. Y es razonable suponer que los que se puedan destinar para atender las necesidades inmediatas del caso no serán suficientes, si se espera que el Gobierno federal siga operando el resto de sus programas en el país. La lucha por conservar los recursos asignados por el Congreso a las diversas dependencias ya ha comenzado, y seguramente será encarnizada, ya que no creo que ningún titular de una secretaría determinada esté dispuesto, o dispuesta, a explicarle al presidente que no ha podido cumplir con las metas comprometidas, “porque todo el presupuesto se asignó a Acapulco”. Francamente no entiendo cómo esto contribuye a combatir la corrupción, ni a garantizar la eficacia de las políticas públicas.

No bastan estos párrafos para dar cuenta de todo lo que deberíamos estar pensando acerca de Guerrero y los huracanes. Temo que tendré que dejar para la próxima semana algunas reflexiones acerca de Acapulco, los fenómenos hidrometeorológicos durante la emergencia climática, su mitigación, y nuestra adaptación.

roblesdeb1@hotmail.com

Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/222923/acapulco-lecciones-para-la-adaptacion-fonden-amlo-otis-reconstruccion-guerrero

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