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Glifosato y las encarnizadas controversias

Rafael Robles de Benito, La Jornada Maya, 21 de febrero 2023

Es tal la avalancha de información, que resulta difícil decidir qué merece la pena compartir. La semana pasada había iniciado una reflexión acerca de un tema que me inquieta personalmente, pensando que tenía la pausa necesaria para pensar con serenidad, cuando apareció la entrevista que le hizo Carmen Aristegui a Juan Bosco de la Vega, quien fuera presidente del Consejo Nacional Agropecuario. La entrevista versó acerca de la decisión del gobierno de México de prohibir el uso del glifosato y la producción de maíz genéticamente modificado para consumo humano, y la suspensión de importaciones de maíz transgénico en una fecha por definir, cuando se encuentren alternativas al uso del glifosato como herbicida preferente.

Ni el uso ni la discusión acerca del glifosato son un asunto novedoso: desde que se utilizó como arma química durante la guerra de Vietnam, en los años sesenta, hasta que Monsanto/Bayer lo convirtieron en el herbicida preferido como parte de los paquetes tecnológicos para cultivar organismos genéticamente modificados (OMG, o transgénicos, si se prefiere), este agroquímico ha estado en el centro de encarnizadas controversias, ha tenido que enfrentar diversos procesos jurídicos en diferentes países del mundo, y ha sido objeto de infinidad de proyectos de investigación, que evalúan sus efectos en la salud humana, animal, y ecosistémica.

Dice el señor Bosco que no hay evidencia científica que demuestre que el glifosato – y el cultivo de organismos transgénicos – sea dañino. Yo no sé de dónde se saca este representante de los intereses de los agronegocios que puede emitir juicios calificados acerca de lo que es evidencia científica o no. La cantinela de que “es pura ideología”, por mucho que se repita, no descalifica el trabajo serio y comprometido de muchos investigadores que han probado a satisfacción que el glifosato puede provocar cáncer en quienes se ven expuestos a él, y que en aras de favorecer un monocultivo abate la presencia de plantas con flores útiles para polinizadores tan importantes como las abejas, para mencionar solamente un par de sus efectos lesivos.

A la entrevista con el señor Bosco siguieron otras dos, bastante esclarecedoras: una con el Doctor Víctor Manuel Toledo, investigador de la UNAM, y otra con Maestra Cristina Barros, representante de la organización Sin Maíz no Hay País. A pesar de las diferencias que pueda uno tener con el Doctor Toledo, debo reconocer que sabe de lo que habla, y su postura en cuanto a los daños que provoca el cultivo de organismos genéticamente modificados en los ecosistemas, la biodiversidad, y el complejo arreglo biocultural de nuestro país, me parece incontrovertible. Por su parte, la Maestra Barros hace una descripción pormenorizada e integral de los argumentos que justifican plantarse en contra del cultivo indiscriminado de organismos transgénicos, y de los daños que genera el empleo del glifosato.

Además del hecho obvio de que quienes defienden el cultivo de maíz, soya, algodón y otros transgénicos lo hacen en virtud de su interés económico particular, sin mayor consideración por el medio ambiente, los pueblos originarios, los pequeños productores – que por cierto generan la mayor parte de los alimentos que consumimos – y la biodiversidad base de nuestro patrimonio natural, se dedican a explotar lo que a mi juicio es un rasgo un tanto débil de la argumentación de los que se oponen a que se permita y promueva el cultivo indiscriminado de OGM. Si se escucha superficialmente esta última narrativa, puede parecer que se está sosteniendo que hay una relación causa-efecto inmediato entre la ingesta de maíz o soya transgénicos, y algún daño a la salud, y para esto en efecto no hay pruebas científicas satisfactorias ni suficientes.

Pero pongamos el foco en lo que en realidad está protegiendo el reciente decreto del ejecutivo. Si bien se reconoce que estar expuesto directamente al glifosato es un riesgo a la salud, el énfasis está más bien en la protección del paisaje biocultural, la biodiversidad nacional, las poblaciones de polinizadores y la producción de mieles y maíces, y la protección de los ecosistemas forestales, desalentando el crecimiento desaforado de la frontera agropecuaria. Entre los aciertos de la 4T – que los hay sin duda – éste merece no solamente el aplauso, sino nuestro respaldo sin cortapisas. Si acaso, tendría que fortalecerse su contenido, y no limitarlo al maíz transgénico, sino incluir otros organismos, como la soya y el algodón, que están generando una importante presión sobre los ecosistemas del país.

No puedo cerrar estas líneas sin incluir aquí un reconocimiento expreso a los esfuerzos que ha encabezado tozudamente en nuestra región el Doctor Eduardo Batllori Sampedro, que fue de los primeros investigadores que, a nivel peninsular, puso el dedo en la llaga que genera el avance de los agronegocios basados en el cultivo de organismos genéticamente modificados. El doctor Batllori cuanta entre otras cosas con una compilación extensísima de publicaciones científicas que aportan a probar los efectos deletéreos del glifosato, realizadas en diversas regiones del planeta. Sugiero a quienes dudan todavía de que en efecto sea un peligro la proliferación de los transgénicos, revisen estos materiales. En todo caso, si se insiste en que no hay pruebas suficientes, debiéramos apoyar las decisiones que resulten expresamente de la aplicación de un criterio precautorio: en ausencia de evidencia científica suficiente, debe evitarse una decisión potencialmente peligrosa.

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