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Reflexiones de una turista aterrada

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Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Martes 13 de septiembre, 2023

Jornada

Optimismo obcecado de “turisteros” está llevando al deterioro del Caribe Mexicano

Hace unos días me escribió una amiga para platicarme cómo le había ido durante sus vacaciones por el Caribe mexicano. Ya antes me había contado que pretendía pasar allí un par de semanas con su familia y me había pedido algunas orientaciones acerca de qué lugares merecía la pena visitar. Me dice que les fue muy bien, “sin embargo regresó con gran preocupación…”, ya que “desde Tulum hasta Cancún se ve que están los terrenos de selva de ambos lados de la carretera bardeados”. Ella supone que serán destinados a la construcción de más hoteles de playa, o edificios de condominios.

Su percepción, que es la de una visitante con una añeja afición a recorrer lugares caracterizados por la riqueza de sus paisajes, que conoce desde su infancia las virtudes y los encantos de los ecosistemas que componen el territorio de nuestra nación, es un claro termómetro del deterioro al que estamos sometiendo los lugares más hermosos de México, empeñados en cosechar más dólares y más euros, más rápido y sin considerar la calidad de experiencia que se ofrece a los visitantes, que cada vez más vuelven a sus lugares de origen con el mal sabor de boca de haberse encontrado hacinados, frente a panoramas que fueron de una gran belleza, pero que están acabando por verse sustituidos por moles de cemento, acero y cristal, donde se ofrecen alimentos y bebidas de dudosa calidad, y alojamientos estereotipados, que ponen la ostentación y el oropel muy por encima de la comodidad y la integración al paisaje. Pero el optimismo obcecado de la mayoría de los “turisteros” convencionales parece conformarse con la visita de multitudes de individuos más o menos zafios, que buscan la satisfacción aparente e inmediata de la ebriedad, el estruendo de una música inane, el sexo casual, y el acceso a cantidades ilimitadas de buffets de “todo incluido”.

Con estos apetitos en mente, no sorprende que se pretenda construir cada vez más estructuras rígidas y masivas sobre frágiles áreas de dunas costeras y manglares, dando al traste con la resiliencia que alguna vez tuvo la costa caribeña ante el embate de huracanes y nortes intensos. Tampoco sorprende la animadversión de los dueños de la economía regional ante cualquier cosa que suene a proteger el ambiente o conservar la biodiversidad. Desde luego, no parece haber interés alguno en encarar desde sus causas el fenómeno de las arribazones masivas de sargazo. Más bien, se espera que sea el gobierno (estatal, federal y local) quien cargue con los costos eternos y crecientes de quitarlo de las playas, como si el problema se redujese a un mero esfuerzo de limpieza de áreas públicas. Dicho sea de paso, parece que tanto los hoteleros como las autoridades han olvidado que las playas son propiedad de la nación, concesionada a los propietarios privados de terrenos adyacentes, que al obtener la concesión se obligan a mantener el área en buen estado de conservación y por supuesto – de limpieza.

Por otra parte, dice mi amiga que le “aterra el Tren Maya”. Como ya he dedicado otros espacios a intentar explicar mi posición ante este asunto, trataré de no repetir aquí las argumentaciones ya vertidas. Si quisiera, no obstante, volver a poner sobre la mesa algunas consideraciones que a mi juicio contribuyen a explicar el pánico de esta joven mujer mexicana. Para empezar, al carecer de un plan maestro, la construcción del trazo del Tren Maya ha sufrido diversas modificaciones, particularmente en el tramo que cruza por Quintana Roo, que han ocasionado que sus impactos (que no fueron previamente evaluados mediante un proceso serio y profesional de impacto ambiental) vayan creciendo, afectando una superficie cada vez mayor, y ofreciendo consecuencias impredecibles en el mediano y largo plazo. El último de los anuncios que dan verosimilitud a este aserto es que se ha decidido añadir un ramal al tren que cruza la Reserva de la Biosfera de Sian Ka’an, en una pretendida “puerta al mar”, que nadie solicitó, ni se consultó previamente con comunidad alguna.

Además del temor justificado ante los efectos que las obras del Tren Maya pueden significar para el estado de salud del acuífero maya, y para el acceso de agua oportuna y de calidad para el consumo humano regional; otro elemento que exacerba la preocupación de mi amiga – y de muchos otros amigos y compañeros que han dedicado su vida a defender los ecosistemas del sureste mexicano – es la cada vez más profunda y definitiva participación del ejército mexicano en el crecimiento de la industria turística (y en otras ramas de la economía nacional, por supuesto). ¿De verdad debemos creernos que las fuerzas armadas son el nuevo proveedor ideal de transportes aéreos y ferroviarios, y de servicios de hotelería y alimentación para visitantes? ¿O es que debemos pensar que el turismo es una actividad tan peligrosa que pone en entredicho la seguridad nacional, a un nivel al que sólo las fuerzas armadas pueden conducirlo sin arriesgar la integridad patria?

No acabo de entenderlo. Lo que sí parece claro es que en esta militarización que no es militarización, según nos ha explicado una y otra vez el gran timonel, nos está dejando unas fuerzas armadas más poderosas, al menos económicamente (su presupuesto para el 2024 ha aumentado considerablemente, entre otras cosas porque los recursos destinados al Tren Maya se han triplicado), y más metidas en diferentes áreas de la vida nacional, y parece cada vez más difícil lograr que quien conduzca el ejecutivo a partir del año próximo logre acotar su presencia, y volver a tener un país donde sea la sociedad civil la protagonista de la vida de la nación.

roblesdeb1@hotmail.com

Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/opinion/220503/reflexiones-de-una-turista-aterrada-tren-maya-turismo-desarrollos-inmobiliarios-playa-sargazo-quintana-roo-tulum

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