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Una y otra vez, el fuego

rafaelroblesdebenito

Rafael Robles de Benito || La Jornada Maya || Jueves 30 de abril, 2020

Fernando Eloy

Autoridades locales apenas contemplan la suspensión de las quemas agrícolas

En abril del año pasado envié al diario una nota donde hacía algunas consideraciones acerca del uso del fuego como herramienta agropecuaria, sus consecuencias como motor de deforestación y factor de incremento en las emisiones de gases de efecto invernadero en un escenario de cambio climático. Pasado un año, las cosas no parecen haber cambiado nada.

Quizá incluso se han agravado, al calor de la sequía y con una sociedad sometida a un aislamiento que encima reduce su capacidad de prevención y combate de incendios. Así, una vez más, las quemas agropecuarias y los incendios forestales menudean por la península de Yucatán.

Quizá lo que pasa es que el periódico es el proverbial desierto de las prédicas. Otra explicación podría ser que no hay otra manera de producir en el karst yucatanense, como no sea quemando el monte. Y otra más tendría que ver con una desafortunada concurrencia de factores de carácter cultural, social y político.

Lamentablemente, el sentido común me conduce a inclinarme más bien por la tercera explicación (aunque la primera no deja de ser cierta). El asunto es, desde luego, cultural: desde tiempos prehispánicos, la agricultura peninsular ha dependido del uso del fuego; y como dijo el campesino entrevistado cuando se le preguntó ¿por qué lo hacía así?: “Pues porque así se hace”. Es social porque el medio rural peninsular envejece, la población campesina está cada vez más compuesta por gente mayor, y poco dispuesta a probar formas diferentes de hacer lo que saben hacer; y el acceso de los campesinos a la asesoría técnica eficaz, el soporte financiero apropiado, y la educación suficiente y robusta, son punto menos que inconcebibles. Y es político porque los gobiernos de todos los niveles (municipal, estatal y federal) son reacios a tomar decisiones que pueden percibirse como impedimentos para que la gente tenga acceso a los satisfactores más básicos (“Si no quemo, ¿qué quieren que coma?”).

Contemplación de suspensión

Así en el caso del estado de Quintana Roo, por ejemplo, aunque en lo que va del año se han registrado al menos treinta y tres incendios, que han afectado 3 mil 786 hectáreas de vegetación, las autoridades todavía “contemplan la posibilidad de suspender las quemas agrícolas”. En Yucatán se han reportado al menos 423 incendios, que han devastado más de 7 mil hectáreas, y aunque no tengo a la mano los datos de Campeche, no deben ser muy diferentes.

Fuera de Quintana Roo, que publicó un decreto para suspender las quemas agrícolas entre el 25 de abril y hasta el 30 de junio debido a las altas temperaturas, a la ausencia de lluvia y a la gran cantidad de combustibles naturales, las autoridades locales se han conformado con anunciar que contemplan la suspensión de las quemas agrícolas. Nada se ha dicho acerca de la necesidad de buscar, -con la participación de los campesinos milperos, mayoritariamente mayas-, caminos alternativos para la producción de alimentos.

Cada vez que hablo del tema, y sugiero que el actual statu quo es insostenible, que se tiene que reconsiderar el uso del fuego como herramienta para la producción agropecuaria, o que la roza, tumba y quema, tal y como se ha llevado a cabo tradicionalmente, ya no es apropiada a las circunstancia ambientales actuales, surgen múltiples voces -unas más airadas que otras-, a decirme que estoy equivocado, que desprecio la tradicional sabiduría de los mayas, o que no entiendo de ecología forestal, y el fuego es una parte natural de la dinámica de los bosques.

Aunque estoy seguro de que los argumentos se van a repetir, no puedo menos que insistir en mi punto de vista, a la luz la evidencia. La milenaria sabiduría maya lo será en la medida en que adopte herramientas novedosas, y se adapte a circunstancias inéditas. Si permanece estática, se hará consubstancial del atraso y la pobreza. No entiendo por qué tiene que resultar inconcebible que los productores puedan incorporar información meteorológica satelital, o examinar los puntos de calor existentes antes de decidirse a continuar quemando el monte, ni entiendo la timidez de técnicos y científicos que, en aras del respeto al saber indígena, no son capaces de acercar asertivamente nuevas propuestas técnicas (como la de roza, tumba, pica e incorpora) a la caja de herramientas de los productores “tradicionales”.

Claro que es más trabajo, y claro que encender fuego es infinitamente más sencillo, pero las comunidades mayas que tan exitosamente lograron hacer de la milpa un sistema sustentable por milenios, no enfrentaron condiciones de cambio climático global, ni las condiciones demográficas y de tenencia de la tierra que hoy imperan en la región, ni condiciones de mercado como las que privan actualmente.

Más que el fuego

Habremos de entender que la milpa maya es más que el fuego; y que, si deja de usarlo como única alternativa para la preparación del suelo agrícola, ni dejará de ser milpa maya, ni perderá su condición de patrimonio cultural de la humanidad; pero sí dejará de ser un factor de incremento de las emisiones de carbono, y en una de esas, hasta encuentra nuevos caminos hacia la sustentabilidad y a la seguridad alimentaria.

Por otra parte, es cierto que el fuego es parte natural de muchos ecosistemas forestales, y que, si se evitan radicalmente los fuegos, el riesgo de enfrentar fenómenos catastróficos como el de Australia puede incrementarse. Pero el fuego utilizado como instrumento de manejo forestal, o de conservación de bosques, no es lo mismo que el que se utiliza como herramienta agrícola, de manera que esa parte de la crítica a mi argumentación, que seguramente alguien traerá de nuevo a la palestra, no la compro.

Está por otra parte la preocupación de algunos grupos ambientalistas ante la actividad de cazadores furtivos que al parecer usan el fuego para armar batidas. Este fenómeno es bastante localizado, e interesa sobre todo a áreas protegidas y a las autoridades responsables de su manejo. Se trata de algo que en efecto debería atenderse con una mayor energía institucional, y que por eso mismo se agrava en tiempos de pandemia, con las fuerzas de las dependencias guardadas en sus home offices, pero a decir verdad el asunto agropecuario es un motor de deforestación mucho más relevante, sobre todo si se le suma la contribución que hacen a él los pequeños propietarios empeñados en asumirse ganaderos, así sea sólo para ser acreedores a los subsidios gubernamentales. Y a todo esto habría que sumar a los consabidos especuladores de bienes raíces, que usan el fuego como instrumento promotor del cambio de uso del suelo, cosa que debería estar severamente castigada.

El punto es que, mientras las autoridades locales siguen sugiriendo que no hay que cambiar el rumbo, y que basta con suspender temporalmente la emisión de permisos de quema, los cielos de la península se seguirán tiñendo de gris (veremos más románticas lunas “rosas” o “naranjas”), la frontera agropecuaria seguirá creciendo a costa de la cobertura forestal, las emisiones de gases de efecto invernadero continuarán aumentando, y seguiremos pensando que basta con discursos para abatir los efectos del cambio climático global.

Más letal, y más permanente que el COVID-19, el cambio climático que intentamos encubrir, acrecentará su impacto mientras continuemos temiendo cualquier cambio en las formas en que producimos satisfactores. Esto se verá con creces en lo que seguramente será la reanudación atropellada de las actividades económicas post-pandemia, demostrando que no hemos aprendido nada.

Fuente: https://www.lajornadamaya.mx/2017-03-22/Hay-que-bajarle-al-volumen

Mérida, Yucatán
roblesdeb1@hotmail.com

 

 

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